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sábado, 17 de febrero de 2024

Reseña de tres libros de Nélida Cañas en Masticadores

Muchísimas gracias a Felicitas Rebaque, de la revista digital "Masticadores", por incluir mi mirada lectora acerca de tres libros de la autora argentina Nélida Cañas. Espero que os gusten mis palabras y os animen a leerlos.


RESPIRO UN CAMPO DE LINO

            Como ya nos tiene acostumbrados, Nélida Cañas, poeta de lo sutil y desatendido, vuelve a conmovernos con “Respiro un campo de lino”. Ella sabe captar con maestría lo mínimo, lo que en apariencia no reviste importancia, pero que −visto a la luz de las estaciones y de su mirada atenta− dibuja esas huella certera y sutil que emociona. Los movimientos de la naturaleza son perfilados minuciosamente y, a la vez, desde lo alto, desde la visión de un pájaro en vuelo.

            Insinuación, apunte preciso, magia secreta de los espacios abiertos, campos propicios para reflexionar sobre la belleza. Esos elementos son los que nos dona Nélida con su poemario, esa suerte de trascendencia que habita en lo minúsculo.

            Festejamos la calidez de nuevos significados. Aquel espíritu que nos acuna, cuando sabemos leer entre líneas. Tres versos como estos, “El viento/ se hace ovillo/ en los rastrojos”, traerán a nuestra sensibilidad una ráfaga de significados. En los rastrojos, aquello último y olvidado, es justamente donde el viento se entretiene y recrea. ¿Acaso en nuestra vida la verdad y la luz no se pasean más a sus anchas en aquello que descuidamos?

            A veces, una imagen potente y muy vívida le vale a la escritora para definir un paisaje (“El huso de la noche/ hila sueños./ El día lo deshace”); otras, su planteamiento se desgrana y nos regala un conjunto más extenso de asombros (“La lluvia reverbera/ en la laguna./ Una garza/ se sostiene en la orilla/ en una sola pata”).

            Adjetivos precisos que prestan textura y cuentan una historia con limitados recursos: “Una hojita leve/ y sola/ en la indigencia de la tarde”. Esa “indigencia” posee una gran carga simbólica en estos momentos en que hemos dejado a la naturaleza desprotegida y devastada. La autora sabe jugar con lo medido, con una baraja de pocas palabras gana la mente del lector.

            Hermosísimos poemas nos dejarán un gusto de levedad, de extrañeza, de añoranza: “Entra un rayo de sol:/ tu ventana/ se sostiene/ en la pared ruinosa”.

            Y quizá este texto sea el que mejor pueda definir el conjunto, su voluntad, sus pilares: “Escribir./ Escribir lo sublime/ como quien pinta el cielo/ o traza un círculo”. Porque queremos ese dibujo que Nélida Cañas hace de la vida, sus pasajes, su acontecer. Queremos estar imbuidas en su esperanza, en el cúmulo de sus deseos, en esa mirada puesta sobre lo amable y lo ínfimo. Necesitamos que la voz de la poesía nos arrastre por las facetas menos erosionadas de lo humano. Su voz cercana al aire.


 EL LIBRO DE LAS FLORES

            En este bello poemario que se compone de seis partes o momentos −en palabras de la autora− “Lenguaje”, “Danza”, “Ofrenda”, “Enunciación”, “Florecimiento” y “Habla”, Nélida Cañas destila, con un lenguaje preciso, colorido y profundo, un acercamiento al simbolismo contenido en las flores. El libro es una verdadera delicia para los sentidos. Lo plástico, la metáfora, acompasan una voz madura y medida, una voz que no necesita artificios para hablarnos sobre aquello escondido en realidades mínimas. Sirva de ejemplo el poema “Trigales”: “círculo amarillo/ en la memoria/ aro de fuego/ en el que ardo”. O en el excelente texto titulado “Rosa” en el que se compara a esta flor con un mandala en que abreva la luna.

            Con citas muy bien escogidas, Nélida va guiándonos por un camino de sensaciones sutiles, va adentrándonos en su universo único, abanico de pureza léxica y de hallazgos. Quizás los versos “alcanza la belleza de lo que calla” o en “florecer/ florecer al fin/ en el silencio/ de lo leve” sean dos de los textos que mejor definan esta propuesta de la poeta.

            El libro nos seducirá −también− por su vocabulario rico y acorde con lo contado: “inefable planicie/ de lo divino”, “hecho de ideogramas perfumados”, “para ofrecerle la secreta/ vinculación de sus jugos”.

            Os invito a despertar vuestros sentidos en este jardín de encantamientos líricos, “como amantes enloquecidos” de las etéreas delicias de la vida.



SINFONÍA DE AGOSTO

            Tal como nos cuenta Estela Sanlungo en el prólogo de “Sinfonía de agosto”, este poemario es como un libro de definiciones, una especie de diccionario personal donde la poeta nos traslada, de forma delicada y precisa, sus impresiones acerca de un abanico de conceptos que desea volver a revisar y definir. Para ello va allegando múltiples elementos del mundo natural con el que Nélida Cañas -tal como he visto en anteriores trabajos suyos- guarda una relación muy estrecha.

            Y como si fuera un cuento lo que nos quisiera contar con cada poema-definición, la autora comienza sus textos con la palabra “cuando”, llevándonos así a ese tiempo pasado que ahora nuevamente se recrea.

            Nélida se vale de lo conciso, de lo breve, hay un claro intento de apresar algo mínimo y describirlo también con las mínimas palabras. Porque no es necesario adjetivar demasiado cuando lo que se nombra contiene en sí mismo una carga simbólica y plástica. Esto lo sabe muy bien nuestra poeta. Ella nos dice (definiendo la escritura) “cuando abro/ mi libreta de notas/ y/ me dejo decir/ por el lenguaje”. Sí, dejarse decir es lo que busca su poesía, quizá ser un conducto o un canal en el que un lenguaje secreto y no tan evidente se manifieste.

            Veremos en este conjunto que lo mágico, lo onírico, el mundo de la infancia, están muy presentes: “cuando encuentro/ entre las hojas de la hierbabuena/ la leve pluma/ del ángel de la guarda”. Nélida no le teme al diminutivo, a las palabras empapadas de ternura, porque sabe bien regalarles otras dimensiones, lograr que suenen a belleza y sinceridad en nuestros oídos.

            La figura de Emily Dickinson sobrevuela las páginas de esta sinfonía: ambas escritoras cultivan el mundo íntimo de la naturaleza (“y al fin/ no se niega/ al lenguaje de la flor”, “cuando un pajarito/ leve y solo/ es un chisporroteo/ de agua clara”), rescatan el asombro por asuntos que, de tan cercanos, se tornan invisibles para nuestra contemplación.

            Encontraremos también un diálogo bosquejado −a través de precisas pinceladas− con otras autoras y personajes de distintas épocas, que hacen más rico este original diccionario poético.

            Dejad que los compases de estos versos vegetales y serenos, cargados de estaciones y de pequeños hallazgos se desgranen lentamente en el mantel de vuestra escucha.

Marina Tapia

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