domingo, 13 de febrero de 2022

Prisma bajo la luna

Os dejo con mi texto para la presentación del libro Ejemplares vivos a la luz de la luna, de Josefina Martos Peregrín, que se celebró en el Centro Artístico de Granada.
 


 


PRISMA BAJO LA LUNA


¿Qué simboliza para cada uno de nosotros el elemento del espejo?, ¿de qué carga alegórica lo dotamos?, ¿cómo cambia nuestra relación con él a lo largo de la vida?, ¿nos identificamos con el reflejo que él nos muestra?, ¿vemos una cualidad utilitaria o, por el contrario, prima lo simbólico?, ¿qué tipo de espejo nos guía?, ¿dan diferente reflejo los adornados con volutas doradas a los fríos y funcionales de un probador de tienda?

Ejemplares vivos a la luz de la luna de Josefina Martos Peregrín, además de contarnos una historia central que nos atrapa, nos hace reflexionar sobre asuntos de orden metafórico e interno, nos transporta a ese mundo de las ensoñaciones que lamentablemente perdemos con el tiempo y la adultez. Hace girar una noria de historias, pasajes y acontecimientos variados en tiempo y espacio, con los que vamos deleitándonos a la vez que ese interior más vivo gravita sobre preguntas y planteamientos. Este puzle que la autora nos regala, con su voz cercana, irónica, fresca, culta y plástica, orbita bajo el reinado de la luna, de esos misterios que el ser humano no ha podido descifrar pero que siguen atrayéndonos siglo a siglo. Y sabemos que el argumento no es lo más importante en esa armazón que Josefina levanta, que la sustancia principal con la que procura nutrirnos la autora, es el desdoblamiento, la contemplación, lo suprarreal, lo ignoto de las civilizaciones. 
 

Mordamos la manzana hipnótica de nuestra Lilith, volvamos a los cuentos tradicionales, al orbe de las narraciones, a las plagas ancestrales. Dejemos que con este libro nos invada el oriente al que nos resistimos, que nos pueblen los asombros y prodigios degustados en el mundo rural por nuestros abuelos, que las lindes de lo fantástico nos acaricie, que los tulpas multipliquen la percepción de nuestra realidad, que vuelva a flamear esa isla de niñez perdida, que renazca el juego de máscaras alrededor de nuestra identidad, que se vuelvan vulnerables todas las certezas brindadas por la cultura, y dejemos que su caleidoscopio de narraciones vivas nos deslumbre. Derribemos al fin las líneas divisorias de la historia, reconociendo que todas las edades son cíclicas.

Josefina me cuenta que hay tres autores muy presentes en este trabajo: Alexandra David Néel (investigadora, budista, traductora y viajera), J.M. Barrie (creador de Peter Pan) y Román Gubern (estudioso del cine). De éste último, mi amiga cita una frase que exprimió para sacar su delicioso jugo y que dialoga perfectamente con su libro: “El hombre comprendió muy tempranamente que su identidad era vulnerable, pues dejaba jirones de ella por donde pasaba, en forma de huellas, sombras y reflejos”. 


Otro elemento muy interesante de la obra es la transformación de nuestro cuerpo con el paso del tiempo, la conciencia de la vejez, la compleja relación que tenemos con nuestra figura, y las dudas de la existencia de un alma debajo de nuestra armazón de carne, vísceras y huesos. De alguna manera, todos somos Narcisos, todos dependemos, en mayor o menor medida, de esa imagen que nos devuelve un reflejo, todos sustentamos el ego o la autoestima en esa estampación de nuestro rostro. Josefina se pregunta “¿cómo sería el mundo sin espejos? O más exactamente, ¿cómo fue?. Porque muchos milenios debieron transcurrir antes de su invención y, cuando se produjera, comenzaría siendo un artilugio burdo, imperfecto, que avanzaría lentamente hasta la lámina de metal pulido, aún lejana la nitidez y el brillo del azogue o del nitrato de plata aplicado al vidrio. Resulta chocante pensar que hubo un tiempo en que las personas no conocían su propio rostro ni podían contemplar el conjunto de su cuerpo, salvo si se miraban en las aguas de un lago calmo...”.

El humor, la agilidad mental, las descripciones precisas y sensoriales, son otros de los puntos destacables de sus “Ejemplares vivos”. Su literatura transita por una variedad inmensa de escenarios y, en ningún momento, nos resulta difícil acompañar a Josefina por esos largos pasadizos o descorrer las telas sutiles y o los telones gruesos de los múltiples ambientes que describe. 
 

Después de un mes de grata y estimulante inmersión en este volumen, una serie de cuadros quedaron rondando en mi cabeza: fotografías certeras, fogonazos de reflexiones, destellos de diálogos internos, atardeceres de enigmas, paisajes de preguntas. Porque este libro deja imágenes que se mastican poco a poco, porque en las innumerables leyendas y semblanzas que recoge hay una vibración plástica que nos acompañará durante días.

¿Qué buscamos al leer un libro? En mi caso, yo busco que se desate un poco la realidad que está apretada en un nudo ciego, deseo que deje un poso de sedimentos fértiles que me valgan para nuevas cosechas y búsquedas, anhelo que suelte un enjambre de inquietudes. Y esto justamente es lo que hace Josefina de forma magistral. No dejéis de leer esta obra.

Marina Tapia
 


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