El 30 de noviembre, Juan Chirveches gentilmente invitó a un grupo de poetas para leer en el Centro Artístico, Literario y Científico de Granada textos satíricos y jocosos. Aquí os dejo las dos décimas que compartí, espero sacar alguna sonrisilla. (Escribí estas décimas como homenaje a mi paisana Violeta Parra que con tanta maestría las cultivó).
DÉCIMA DEL CONQUISTADOR
Un forastero español,
boca ancha, pelo en pecho,
digamos que contrahecho,
macho alfa y fanfarrón.
Enemigo del jabón,
oliendo a piel de macaco
(aderezado el sobaco
con poquita agua bendita),
su trompa: dos moscas fritas
metidas dentro de un saco.
Portaba arcabuz en ristre
para cazar su león,
coraza de ‘quita y pon’,
y un potro bastante triste.
Su caminar era un chiste.
Y andando soltaba pedos.
Escribanos, curas, reos
del nuevo mundo se asombran,
pero él se nos va de compra:
solo quiere un escarceo.
Vestido de punta en negro,
con la cruz hasta en la picha,
amargo como la chicha,
con su cuello verdinegro
más enfangado que el Ebro,
se acercó a mí tan ufano,
a este cuerpo tan serrano,
como pavo rimbombante
pensando en echarme el guante,
soñando en meterme mano.
Venía de la otra orilla
con su verbo zalamero,
con su aliento de ajoarriero,
con su boca-alcantarilla.
Un gallo de pacotilla,
ay, más horrendo que Picio
(hartito de tanto vicio
meneado en su soledad)
y lo digo sin maldad:
¡mirarle fue un sacrificio!
Yo: deliciosa guayaba,
él: infecto surtidor,
restregándome su amor
al tiempo que se arrimaba.
El lerdo no se enteraba
que su pellejo extranjero
quería para el puchero.
Y, pestañeando coqueta,
iba llegando a mi meta
y fui avivando el caldero.
DÉCIMA DEL SANTO BEBEDOR
Un cura, muy aplicado
en la sagrada escritura,
sentía gran calentura
en su cuerpo apolillado.
Bebiendo el cáliz dorado
−al darnos la eucaristía−
a solas se convencía:
Si Jesús está en el vino,
me entregaré a mi destino
y apuraré esta ambrosía.
En beber nunca fue vago
y se iba aplicando el cuento
sintiendo la sangre dentro,
de Cristo, con cada trago.
Totalmente etilizado
vio diablos y querubines,
a San Pedro en calcetines
paseándose por los cielos.
¡Después dirán los ateos
que todo lo inventa el cine!
Por creer a pie juntillas
en la transubstanciación,
abreviaba su sermón
para beber la gotilla
que al fondo del cáliz brilla
diciendo ¡venga, pa’ dentro!
¡Qué bendito sacramento
que no prefiere una cepa
y solo tiene por meta
tener a Cristo muy dentro!
Con el baile de San Vito,
con el habla trachhhhtocada,
con visión multiplicada,
este beodo padrecito,
en cueros y a voz en grito,
predicaba: ¡Ay, criaturas,
cómo no veis la figura
que con celeste insistencia
deja al mundo por herencia
su sangre sabor a uva!
Por decir ¡amén, amén!
decía ¡salud, salud!
Nunca temió al ataúd
si el vino cantaba ¡ven!
Siempre ascendía al Edén
bebiendo el caldo sagrado.
Y un día, de su costado,
charco de vino afloró.
¡Milagro!, uno gritó
otros dijeron ¡mamado!
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