RUEGO DE LA CUIDADORA
Sin estorbo
acojo las palabras que regalas,
mientras doy a tu espalda el alivio
que otorgan las pomadas y mi escucha.
Soy como una compuerta
que se abre
donde puede fluir libremente
tu río de quejidos y saberes.
Vivimos cada día encadenadas
a ritos del aseo,
a pautas del menú,
a largas procesiones de pastillas,
a las gotas que calman tu pupila rendida.
Me llevas sin remedio
a la última estación de los caminos,
a intuir el perfil de la muerte.
Y este salón modesto de mi risa
pierde su frescura, y me encuentro preguntas
al cerrar los armarios,
mientras tejen nostalgias
cada hebra de luz, cada objeto,
y un olor de penumbra-desidia
impregna los cajones de las horas.
Ordenar los cojines, disponer la blandura
para tu voz de fénix
que ya no tararea en las mañanas.
No pienses, no convoques, no busques el final,
acomódate aquí, que te traigo
películas antiguas,
libros, discos,
mensajes de lugares,
castillos interiores.
Mira,
el nardo del invierno ya se abrió:
plantaremos un sol en mitad de tu noche.
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