sábado, 1 de junio de 2024

Reseña de "Pero el mundo no estaba", de Juan José Castro Martín

Todo un gusto reseñar un excelente libro como "Pero el mundo no estaba" (Sonámbulos Ediciones) de Juan José Castro Martín, tan intenso y tan bien construido. Gracias al autor y a María Ángeles de la revista CaoCultura.




RÉQUIEM

    A propósito del reciente premio literario otorgado a Juan José Castro Martín por su último libro “Bosque errante” (Reino de Cordelia), me detengo en su excelente trabajo anterior, con el deseo de animar a su lectura.
    “Pero el mundo no estaba”, publicado por Sonámbulos Ediciones en 2022, con una impactante fotografía de Lola Maleno en su portada, es un poemario que se abre con un lenguaje sensitivo y a la vez enigmático, que exige del lector todos sus sentidos dispuestos para adentrarse en ese desasosegador momento vital al que nos acerca. Acompañamos a la voz poética por caminos profundos, de interiorización de lo vivido, de transformación en belleza formal de un dolor primordial que nos une como seres humanos: la muerte.
Poco a poco, a través de la familiaridad con lo que nos allega el poeta, nos vamos volviendo diapasón e instrumento receptivo para vibrar con cada escenario suavemente delineado. Una poesía que nos apela, aunque el escritor haya utilizado una manera particular y unas formulaciones genuinas y arriesgadas -menos coloquiales- para acercarnos a su imaginario.
    El conjunto se compone de varios bloques con títulos muy simbólicos como: Palabras prohibidas, espacios muertos; Blanca frontera de los ecos; Blanco galope hacia la noche; o Blanca frontera del sonido. Todos ellos con una cuidada apertura de citas escogidas con mimo y de gran significación. Se puede apreciar la unidad y el trabajo de fondo para vertebrar su propuesta en torno al color blanco (para muchas culturas el color de la muerte), para ir superponiendo capas de significación, una labor muy parecida al trabajo de veladuras que realizan los pintores. Sabemos y no sabemos, nuestra intuición se pone en estado de alerta para aprehender todo lo que el autor quiere donarnos con su escritura, que es un diálogo en varias direcciones, como también hacía la filósofa María Zambrano.
Leyéndolo, recordé además las propuestas desplegadas en sus libros por las poetas Ada Salas, Cristina Grisolía o María García Zambrano. Literatura que va más allá de lo fragmentario, que conmueve y que despierta una inquietud gozosa gracias a su apuesta por un estilismo más contemporáneo.
Como se explica en la introducción del libro: “La nada, el vacío sólo es una convención que representa la ausencia de algo (siempre previo). Pero en la muerte dejamos algo más que un cuerpo y ese algo es verdad que no se agota”. El conjunto está dedicado al padre del autor, “un hombre bueno”, con ese claro guiño machadiano. Es un canto de amor filial vibrante, es un filosofar sobre la pérdida desde la poesía.
    En la primera parte se juega con las sensaciones que giran alrededor de diversas antítesis: la vigilia y el despertar, la aurora y la noche, los márgenes y lo evanescente. Y este recurso se vuelve poroso y de gran textura, no hay interés en el regodeo intelectual; más bien, un acercamiento a través de los sentidos. “No estuvo lo que está y contigo existe” comunica claramente la voz poética, “anonimato de las horas / los objetos protestan / ante su falta de presencia”. Constatamos que existe un deseo profundo de aproximarse a lo más sutil e indefinido de nuestro deambular existencial. Para ello, Juan José se entrega a una contemplación activa en la que los objetos van dejándonos pistas de significación −desde su inmovilidad− acerca de la vida.
    En las partes finales del libro, la estructura se vuelve más cercana al lector y perfila más claramente un argumento: la figura del padre, sus luchas, el universo que dejó (huerto, casa, aljibe, objetos) y que lo perpetúa. Un sincero y emocionante homenaje que no cae en dramatismos. Por eso, todo el poemario tiene como partitura una conversación en voz baja con la figura paterna y, de alguna manera, con Tánatos, y dibuja una intimidad de la que somos cómplices a través de su lectura. Pero quizá el elemento omnipresente sea el decir, el habla, el lenguaje que, tal y como plantea su autor en potentes versos, “desalojan el cuerpo las palabras”, “porque solo los muertos ya no dicen”.
    Dejemos suspendida nuestra escucha en el cierre que Juan José Castro Martín ha escogido para su libro, “¿Qué es el nombre que ya no dice el tiempo?” Nosotros, que aun modulamos los días, sigamos leyendo poemarios tan interesantes como este, sigamos empapándonos de reflexiones a través de sus versos.
Marina Tapia




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