Un verdadero gusto comentar el excelente libro "Cuando susurran los cipreses", de Ana Isabel Alvea Sánchez, en Moon Magazine. Espero que os gusten mis palabras y os animen a leer este poemario.
Cuando susurran los cipreses, de Ana Isabel Alvea Sánchez, editado por Cypress Cultura en su colección Poesía Al Albur este 2024, es un excelente poemario que nos transporta a esas sensaciones profundas y sutiles que la naturaleza despierta en nosotros. En este sexto trabajo de la autora sevillana, podemos apreciar una voz madura que se vale de lo esencial para transmitirnos su mensaje. Una poesía sin adornos, limpia, armónica, y empapada de reflexión.
Tal como nos recuerda el naturalista Joaquín Araújo, «somos como somos, en no poca medida, porque fuimos bosque. La condición humana se inició en la espesura de las frondas». Y este conocimiento esencial está sugerido en el bello título del libro. Los cipreses susurran porque, de alguna manera, se comunican entre sí y «nos» comunican. Reconocemos la vida y la vibración de los árboles porque nuestros ancestros han habitado en sintonía con ellos, en una relación más íntima y estrecha. El paisaje no sólo estará presente a lo largo del poemario como elemento simbólico, también como fuerza activadora de una verdad interna. Parafraseando a la poeta chilena Eliana Navarro: «El mejor profesor es el paisaje».
Quizá el elemento del tiempo, de su paso, sea otro de los protagonistas del conjunto. La voz poética se diluye muchas veces en la conciencia de ser respiración que cesará un día. En el poema «Revelaciones» nos aclara: «El tiempo es contumaz en sus destrozos». Con versos cortos o de extensión muy cincelada, Ana Isabel logra plantear disquisiciones complejas en estrofas reducidas, compone una imagen panorámica con las piezas justas y siempre logra envolver a los que leemos de una sensación sutil de melancolía, esa que nos producen los días y los momentos que —irremediablemente— siempre se marchan:
«Somos un curso sin memoria / que volverá a reincidir / en lo mismo» nos dice.
Con esta poeta me he sentido hermana en la mirada, en la actitud de contemplación, en la búsqueda filosófica y de lo esencial; veo en ella una lectora voraz con una escritura muy pendiente del oficio y del autoconocimiento. «Saber cuándo ser fuego / cuándo ser tierra», «y tú ovillo contraído / que los dedos del lenguaje distiende», «cada cual se cultiva en su ceguera».
Lenguaje cercano, parecido al haiku sin necesariamente serlo, aunque encontremos muchas de estas piezas en el libro. Un conjunto donde abundan las estampas, bellas impresiones recogidas en un museo, o en el balcón de su casa. Una especie de cuaderno de campo, de bocetos perfectamente delineados para pintar lo primordial de lo que se contempla. Todas las composiciones del conjunto tienen como denominador común una voz atenta al tacto, a los elementos sonoros y olfativos, a las cualidades de las luz y los colores para dar más intensidad al poema. No se abusa nunca de los adjetivos. Son textos donde brillan los verbos y la presencia diluida de un interlocutor con el que dialoga en voz baja.
La poeta se contempla en objetos concretos de la realidad, en ellos reconoce un reflejo de la humanidad que les imprimimos al modelarlos o construirlos. Ante sus ojos, todo puede ser propicio para la indagación. Pero la autora no se sitúa en el centro del cuadro, no es un «yo» constante y aseverativo, hay un adecuado distanciamiento, un situarse en un punto esquinado para ver con más claridad, quizá porque asume su cometido de demiurgo, porque su decir tiene algo de colectivo, es una voz catalizadora de un paisaje humanizado.
En el poema «El telón», resulta muy interesante la reflexión hecha a partir de algo tan específico y significativo a la vez: la cabalgata de Reyes Magos. A este texto le seguirán otros donde la infancia, el juego y el verano se apresan de forma muy lograda.
Hallaremos versos con muy buenos finales, de gran carga simbólica, como «toda la vida estaba aquí / en el estribo de nuestras pulsaciones», «esa brecha en las manos / que nos labra por dentro», «somos el bastión de un castillo en ruinas / y nos crecemos / en el constante asedio de los años» o «la ilusión colma toda la estancia / como cuando niños».
En la parte final de Cuando susurran los cipreses, lo metapoético y el planteamiento de la relación con la escritura serán el eje. Como diría la escritora María Sánchez Almáciga, «lenguaje para pensarnos e imaginarnos».
Invito con verdadero entusiasmo a leer a Ana Isabel Alvea Sánchez, la solidez de su trabajo os envolverá y brindará ese espacio tan necesario para el encuentro con nuestras emociones y pensamientos, para vivir la vida más intensamente. Como la buena poesía suele hacerlo.
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