domingo, 25 de mayo de 2025

Reseña de "Un hombre que no conoce Nueva York"

Os traigo por aquí una reseña que no llegó a publicarse en revistas digitales pero que quisiera compartir. Espero que os guste mi mirada lectora acerca de "Un hombre que no conoce Nueva York", de Gregorio Dávila de Tena.







YA NO RECUERDAS LA SIMIENTE


Quizá una de las mejores y más estimulantes maneras de acercarse en profundidad a un libro y a su autor, sea conociendo la zona geográfica inspiradora del texto. Tal vez esos paisajes rurales en los que vivió Gregorio Dávila de Tena, estén contenidos en “Un hombre que no conoce Nueva York”, y muy cerca de ellos como telón de fondo, escribo mi aproximación a este profundo poemario. Ahora que he sido “como ese hombre que duerme en la piedra/ donde chirrían las chicharras”, que me he apartado de la ciudad para descansar en la Sierra Norte de Sevilla, en su mundo de alcornocales infinitos, compongo estas sencillas palabras acerca del libro, deseando que os animen a leerlo.

En este volumen, el poeta nos acerca a su ideario personal, realiza una sutil defensa de lo rural y de lo sencillo frente a las supuestas luces de la ciudad-laberinto. Desde su título tan categórico, y a la vez metafórico, nos iremos encaminando poco a poco a su poética, a su mundo.

Publicado de forma impecable y sobria por la editorial Renacimiento en 2022, este título que fue galardonado con el VIII Premio de Poesía Juana Castro, nos dejará una serena melancolía, un feliz estado de evocación del pasado por medio de estampas, de historias que gravitan entre la infancia, la juventud y la madurez (con su vuelta al pueblo a raíz del confinamiento).

En todo el conjunto hallaremos la idea de la nostalgia revisitada, quizá porque las cosas que se nombran adquieren otro peso, porque es fácil reflexionar cuando se hace un mapa de lo vivido, y así encontrar la identidad.

Intertextualidad, conversación íntima con otros escritores de distintas épocas (Hierro, Lorca, Vallejo, Gamoneda, Valente, Li Po, Pizarnik, Juan de Yepes, Maillard...), pero también un diálogo sentido con otras figuras importantes para el autor, presencias de su familia que, aunque no estén, siguen siendo partícipes de su vida. Y todo planteado sin dramatismos, con la serenidad de la plenitud, con un tono emocionado pero lleno de templanza.

Gregorio escribe desde un yo desplazado, porque no es sólo su pensamiento lo que nos deja a través de las páginas, también estará la voz de su padre (aquella figura que nunca vio Nueva York), a la cual accedemos mediante frases en paréntesis que van salpicando la lectura. En el poema “La última madrugada” podemos leer esta esclarecedora cita de “El padre” de Sharon Olds: “Al final de su vida, su vida/ empezó a despertar en mí”.

Versos de gran delicadeza quedarán resonando en nuestra mente como aleo de golondrinas en primavera: “¿Qué miras ahora, padre,/ con los ojos llagados de lejanía?”, “Y también es amor/ este perro sin dueño que olfatea tus huellas”, “Por fin los pájaros solitarios se reúnen/ para colgar un canto en el aire/ y alzar el vuelo”; o cuando se refiere al parto de su madre “¿Por qué grita? ¿Qué le pasa?/ ¿Quién le hace daño a mi madre?/ Nunca he visto sangrar a las amapolas”.

Detalles del mundo rural, de sus animales, del paso de las estaciones, del temperamento que va forjando el paisaje de sus habitantes, de la imagen del padre con “su mano grande y segura, su paso firme y decidido” inundando ese mundo que avanza a otro ritmo, de la presencia de la madre “que prepara el canasto de cien comidas” o de la abuela “que vuelve de encalar el cementerio”: estos son los ejes que trazan los caminos del poemario. El trabajoso mundo de la agricultura representa ese esfuerzo por alumbrar una verdad tierna, verde, alimenticia, una verdad que no es de un sólo ser humano sino de la colectividad. La madre y el padre simbolizan una herencia, una filosofía vital, y el escritor lucha con el lenguaje para extraer el mejor grano de su tierra.

El libro, que se compone de tres partes, “Noche en Nueva York”, “La niebla que somos” y “Mandarinas”, cierra con un hermoso poema-epílogo donde se declara con modestia “a veces soy oscuro y otras claro,/ a veces cuervo sabio/ otras charlatán ignorante/ y como urraca voy con la risa entre los naranjos”. Sí, con su voz fresca y de olor a azahar, con sus indagaciones lúcidas, con su vuelo sobre lo superficial, así queremos oír la inmersiva canción de este poeta, que nos siga mostrando esa ruta escondida a lo esencial, a esos tesoros abandonados que son los pueblos. Allí queremos ir, donde “el musgo de la historia, graba su níquel de carcoma y beso”, ¡para qué necesitamos Nueva York!

Marina Tapia

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