domingo, 21 de septiembre de 2025

Comparto mi reseña del poemario "La veladora" (Olé Libros), de Gerardo Venteo, publicada en CaoCultura.



CONSERVAR LA TERNURA


    La veladora (Olé Libros, Colección Imaginal, 2025), del escritor granadino Gerardo Venteo, es una apuesta por la elegía −renovada y contemporánea− desde una voz conmovida que es ofrenda. Estructurado en dos partes, “Juana” y «La cosecha”, dividida esta última a su vez en “Un hijo” y “Otro hijo”, el poemario, de tema unitario, es un pozo del que afloran emociones, diálogos interiores y recuerdos en torno a la figura clave del hogar: la madre.

    Salir de la esfera del yo, detener la mirada para cantar −con toda la fuerza interior− a otra persona, en este caso a la mujer que ha dado a luz y cuidado con tanto esmero a sus hijos, es un gesto, en poesía, poco habitual. Es más frecuente que una escritora aborde la maternidad y la crianza, pero es menos común encontrarse con versos de un hijo dedicados a su madre y, menos todavía, que todo un poemario esté centrado en este tema. Porque, insisto, no es un apartado, sino un libro completo articulado bajo la sombra de esta figura. “Escribo para (re) parar / en agradecimiento”, declara la voz poética.

    Con palabras cercanas y tan usuales como ‘amor’, ‘cosas’, ‘verbos’, el escritor inaugura su carta de gratitud y reconocimiento, situando como elemento principal la hondura que ella guarda en sus maneras y en su fondo como el gran legado donado a su descendencia. Quiero citar también el poético texto (a modo de prólogo) escrito por Susana Drangosh. En él se pregunta: “¿Cómo es posible que su vida se evapore; cuerpo caliente que ha mudado en despojo sin que nadie la haya rechazado?”

    La primera parte nos da pinceladas acerca de la historia de Juana. Nos contará su origen, sus cualidades, su destino, su luto: «la que lo fue de todos y de nadie; la sola […], la veladora». Y entendemos el velar como un acto que va más allá de lo físico y más allá del tiempo; como una actitud que desplaza los límites del yo, haciendo que los otros sean parte de un todo orgánico indivisible, una extensión de la conciencia: “Estaba hecha de músculo dulce de miga de pan”, “su vocación es animal”, “su temblor se adivina en la cautela, en cómo traza la duda de los pasos”. Y termina este apartado con la voz de la protagonista, dando aliento a los que se quedan cuando ella parte hacia ese descanso llamado muerte.

    En el segundo bloque, Gerardo pinta estampas del día a día, de las rutinas compartidas dentro del hogar al que describe como una patria, como un lugar al que regresar siempre o como agua para la sed de todos los desiertos. Hay poetas contenidos que crean una represa y van destilando gota a gota sus emociones; y hay otros parecidos a un río que se desborda, que desean envolver al lector, contar cada detalle, conmover y hacerlo partícipe de su experiencia. Gerardo Venteo es uno de estos últimos. Nos estremece su escritura vivaz que hace acopio de tan diversos detalles.

    En “Otro hijo”, comienza con un poema que abarca también a otras madres: “Fueron mujeres épicas de otra época. / Su obligación se la creyeron a pies juntillas. / Entre ellas / y su servicio / no había distinción. / Eran fuente, pozo de donación / a la deriva. / Su vida entera, fueron / pronombre solo en los pronombres”. En este conjunto, la costura, la oración y el rito se entremezclan. Imitación, fronteras desdibujadas, territorio emocional sin límites. El recitado del hijo transmuta y da paso al de la madre hasta confundirse en uno solo. Un tono totalmente confesional e íntimo tiñe los textos finales. Hermosa composición la que cierra el libro, en la que se presta voz a la madre: “Y sin embargo, esa no he sido yo / sino sólo la escrita. / Porque mi voz ha sido un nido / de silencio, ahora me inventan. / Solo yo supe la que fui y lo que hice / y mi tiempo fue solo / mi tiempo, solo, / entre todo”. Con este cierre se plantea si la percepción que tenemos acerca de nosotros se corresponde siempre con la que tienen las personas que nos han amado y que creen conocernos. Por eso, de alguna manera, la escritura atrapa otras versiones. Versiones escritas, que tal vez perdurarán incluso mucho más que lo sentido como verdad.

    En estos últimos años se está luchando por visibilizar la dura tarea de los cuidados que han estado −a lo largo de los siglos− sostenidos por las mujeres. Pero el poeta intenta ir más allá de lo político o de un discurso. Quiere comprender el universo de una casa, quiere bucear en el deseo que impulsa a una madre a atender y a poner, tantas veces, como prioridad las necesidades de su familia en lugar de las propias. Ella es un modelo, un pilar, un espejo, y es el paradigma: una estatua sumergida que hay que rescatar del fondo interior. Ella es la única forma de entendernos a nosotros mismos.

    Con un ritmo y una musicalidad envolvente, con equilibrada alternancia de verso libre y prosa poética, el tono del poemario se asemeja al arrullo o al zureo que adormece nuestra inquietud, ganando especial potencia cuando lo simbólico cobra más protagonismo: “Cabalga / a lomo del día, / sujeta la brida, / equilibra / constantemente / el eje del cuerpo”. Narración que se viste de una fuerza inusitada en las comparaciones de Juana con animales o elementos concretos de la naturaleza: “Su alegría no es liebre que salta ligera como cantan los pájaros. Su amor es un bancal, tierra alimentando raíces, cuerpo vivo en el alojo de su desalojo”, “Guarda la hebra del carácter / por si hiciera falta abrir / la boca y mostrar los colmillos / y bufar como las gatas que celan / el cuidado de sus crías”.

    El autor nos explica que La veladora pertenece a una trilogía emocional que comenzó con ‘En el corazón dormido del esparto’ (Proyecto Sur Ediciones, 2001), que aborda desde la prosa poética la descripción de un paisaje humano, en una especie de anuario, una reflexión a partir de la memoria colectiva. Le sigue “Casa de dos plantas” (Sonámbulos Ediciones, 2021) que vuelve a incidir en el mismo tema, ahondando sobre la casa y sus estancias. Esta Veladora, de alguna manera, concreta y particulariza lo que se ha venido apuntando en los libros anteriores.

    Podemos afirmar lo expuesto en su contraportada: “Este poemario recoge el testigo de una herencia que nos mejora y mejora el mundo”. Porque la gratitud es un gesto-norte, es una conjugación de la esperanza. Sencillez y lirismo. Leamos estas piezas de Gerardo Venteo uniéndonos a su loa, a su tributo al amor filial.

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