domingo, 25 de abril de 2021

Mi reseña de Devoraluces




En el Día Internacional del Libro quiero celebrar la felicidad que me regala la lectura -que tanto ha enriquecido mi vida- con un breve texto acerca del último libro de mi escritor favorito y compañero del alma Ángel Olgoso.

En ‘Devoraluces’, Ángel realiza la difícil tarea de llevar al lector por senderos distintos a los que nos tiene acostumbrados. Quiero aclarar que esos viajes por el movedizo mar del cuento no siempre son fáciles para un lector poco habituado a este género, generalmente acostumbrado a encontrar -en la mayoría de los libros- soluciones rápidas y convencionales, argumentos de una emotividad digerible o un lenguaje plano sin la carga sensorial y simbólica, sin la fuerza misteriosa, sin la vitalidad creadora que nuestro escritor suele desplegar en sus sorprendentes composiciones. Pero este sello intelectual y un tanto hermético con que de modo habitual se certifica la obra de Ángel, oculta un perfil totalmente fascinador y humano que conecta -me atrevería a decir- no sólo con nuestra mente sino también con el inconsciente y que, de una forma casi mágica, nos hace ver el mundo bajo otro prisma.

Tal cualidad tienen los libros que perduran en el tiempo y sobrepasan las modas. Con esta vocación de raíz que deja en el terreno del corazón su semilla destinada a germinar, cada uno de los textos de ‘Devoraluces’ es una invitación a reflexionar sobre nuestra relación con la esperanza, a caminar por las veredas de las narraciones que aún laten en nuestro imaginario desde la infancia, pero que el autor revisa y reinventa con el fin de hacernos sentir intensamente vivos -a través de la palabra- en estos tiempos oscuros. Recorramos con él su universo personal, fantástico, intransferible, dejémonos fascinar nuevamente por las virtudes que esta obra ensalza de una manera afectiva y novedosa: el júbilo, la alegría, la placidez de los días benévolos, la pasión sin cortapisas, la calidez que otorga la narración oral, la utopía, la generosidad, la doble vida que dan los sueños… en fin, todas las emociones que nos enlazan a la existencia de una manera plena. 


Disfruté cada uno de los catorce relatos, pero en especial me sentí fascinada por dos conjuntos, no solo por su calidad y solidez, si no también por la originalidad y por el riesgo que corrió el autor al escribir sendas proezas: se trata de ‘Villa Diodati’ y ‘Nomenclatura Borghini para los dedos de los pies’. En el primero, el reto de poner voz a un espacio, en este caso la célebre vivienda a la orilla del lago Lemán, para narrarnos las conversaciones y aventuras de los personajes que vivieron en ella en 1816, la imbricación de la materia con la humanidad, la sensibilidad oculta y metafórica que guardan los objetos y elementos que creemos nimios pero que quizás nos conocen mejor que nosotros mismos. Me encantó “escuchar” esa voz relatando no sólo los hechos presenciados, sino también la psicología, los impulsos y las contradicciones que estos escritores notables experimentaron en la Villa. El relato transporta al lector hasta el ambiente efervescente, casi alquímico, que propicia y precede la creación, y solo por esta forma tan original de acercarnos al alumbramiento de una obra, merece la pena la lectura atenta de este texto y el excelente ejercicio de personificación que Olgoso realiza.

En el texto final, Nomenclatura Borghini para los dedos de los pies, situado en esa habitación llamada “Coda”, Ángel despliega un hermoso tapiz lleno de nudos, colores, flecos, puntadas abiertas y cerradas, una urdimbre sinuosa para justificar un postulado tan inusual como plausible con el que -al parecer- sueña desde la adolescencia: entregar a los lectores únicamente el título de los relatos. Bajo una defensa encubierta de la pereza y del vuelo de la imaginación por la imaginación, se esconde un pequeño cosmos metaliterario que linda con lo poético y lo vanguardista. Es un texto verdaderamente magnífico. Justificar lo injustificable (porque no le perdonamos al autor que nos prive de sus relatos ni de su lenguaje, porque nos oponemos a que se conforme con plantear solamente un título) a través de esa manera tan excelsa de sincerarse sobre su anhelo constante de ser breve, argumentando una supuesta empatía con un lector cansado de tramas vacías, y levantar justamente dicha defensa a través de palabras perfectamente escogidas, llevará a nuestra mente hasta los hemiciclos griegos donde la oratoria lo era todo y lo que se defendía podía pasar a un segundo plano si emocionaba al oyente, si disparaba las sinapsis de las neuronas. Y eso es lo que hace justamente este potente texto. En él encontramos a un autor más confesional y menos fabulador. Hasta parece que podamos seguir la huella de sus pasos, de sus especulaciones, de sus recorridos mentales, que estemos con él debatiendo en algún café de Granada, frente a frente, sorbo a sorbo, sobre la vigencia de la narración o el fin de los relatos, en este mundo que precisamente pide a gritos otras historias, más lúcidas, más combativas, más arriesgadas, menos predecibles.
 
Marina Tapia

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