domingo, 22 de diciembre de 2024

Mi reseña de "En el brocal del tiempo", de Juana Castro, en Caocultura

Comparto, con ilusión, esta reseña que he escrito al bellísimo libro "En el brocal del tiempo. Poesía escogida (1978- 2023)", de Juana Castro. Espero que os parezca interesante mi apreciación. Y gracias a Caocultura por el espacio.




<<‘En el brocal del tiempo. Poesía escogida (1978-2023)’, de Juana Castro, publicado por la Editorial Cántico en su colección La hora de la estrella, es un libro fundamental y de cabecera en el panorama poético actual. El volumen cuenta con un minucioso prólogo de Concha García, poeta que conoce a Juana desde 1986, con la que ha forjado una larga relación de amistad y admiración.

Además de ser un libro impecable en su edición (solapas, páginas de cortesía con un fondo floral que nos traslada a Córdoba, excelente papel, letra de buen tamaño, luminosa fotografía de la autora en su portada), el conjunto hace un recorrido desde su primera publicación ‘Cóncava mujer’ (1978) hasta ‘Antes que el tiempo fuera’ (2018), a la vez que permite −a las que la hemos leído con asiduidad− tener al alcance fragmentos sustanciosos de títulos muy difíciles de encontrar, por tratarse de ediciones de tirada reducida. Por eso nos congratulamos de poder atesorar este valiosísimo compendio, y de ver que su obra se difunde ampliamente, como Juana merece.

Una de las características que más me sorprendió la primera vez que leí su poesía, fue la libertad con que la voz poética se observa, se cuida, se nombra y hasta se alaba. Esa alegría del existir y de habitar un cuerpo femenino, ese no dudar en dar voz a esos pequeños movimientos, actitudes, rituales y sensaciones que marcan la diferencia entre los sexos. El autonombrarse, la contemplación física y psicológica en toda su dimensión, cobran en la voz de Juana Castro un rasgo de originalidad. Es tal su capacidad −con pocas palabras y con pocos versos− de trasladarnos al instante germinal del poema, que podemos sentir como vivo lo contado, que podemos asegurar que sólo esa voz podía contarlo de tal modo.

Los mitos griegos, las leyendas universales, los cuentos tradicionales, pero también la sabiduría hecha relato de los pequeños pueblos, refulgen en su trabajo. Un ramillete de diosas y personajes bañados con ese sutil aroma del mediterráneo se pasean por sus páginas. Juana se hermana con Paca Aguirre, María Victoria Atencia, Pilar Paz Pasamar y otras escritoras del siglo XX gracias a ese volver sobre la figura de Penélope, Dánae o Calíope. Grandes autoras todas ellas que, con tanto acierto, reinterpretaron y reescribieron los arquetipos femeninos del mundo clásico. Muy simbólico es el poema «Dafne», de una fuerza y claridad maravillosa. Pareciera que el ecofeminismo sustentara al texto; la mujer proclama su unión indisoluble con la tierra posicionándose en el lado opuesto al hombre y su afán de conquista: “Es inútil que corras, inútil que me alcances, / porque tengo las plantas / vaciadas en la tierra / y el laurel / es ya un triunfo de oro en mi cabeza”.

En uno de los libros recogidos en esta antología, ‘Narcisia’, se hace más intensa que nunca la apuesta por un cambio de mirada. La poeta nos invita a celebrar esa diosa que vive en cada mujer, a reconocer la autoridad femenina: “[…] En el principio / solo Ella existía. Húmeda y dulce, blanca, / se amaba en la sombría / saliva de las algas […] ¡Gloria y loor a Ella, / a su útero vivo de pistilos, / a su orquídea feraz y a su cintura!”.

La primera vez que oí hablar de Juana Castro fue a través de mi amiga Ana Mañeru Méndez. Recién llegada a Madrid, en el Espacio Compartir Poesía de la Fundación Entredós, Ana nos animaba a leerla calificándola como la mejor poeta viva. No se equivocaba. Pasado el tiempo tuve la suerte de escucharla en persona. Esa vez nos recitó una selección de su escritura, hasta nos regaló la ‘plaquette’ ‘Cáliz y otros poemas’ a cada integrante del grupo (librillo que atesoro con gran cariño), y hace dos años, recibí el regalo de su visita a una presentación que yo hacía en Córdoba.

Leer su poesía es adentrarse en temas vitales y profundos. Es dejarse acunar por un rico mundo sensorial. Es ser conscientes del desgaste de las que realizan los cuidados en el espacio familiar. Es abrir nuestras ventanas al mundo rural. Es volver al brocal del idioma. En esta autora se condensa la fluidez y voluptuosidad del sur de España, con esa mirada adusta y sosegada de la Andalucía interior. En ella se junta la luz y la montaña. En su lenguaje palpita el colorido de la celebración y el silencio dolorido de las sombras. Atrapan nuestros sentidos sus sinestesias; esa amalgama exquisita de texturas, sonidos y perfumes: “tu voz, tan solamente, / tan desnuda en mi noche, que en las plumas/ atadas de mis alas, ya no quepa / otra flor que el oído”, “denso el deseo, rebanarse podría / como acero su pulpa de aguacate”.

Nadie como Juana describe los vaivenes del cuerpo femenino que vive durante el embarazo, la madurez y la vejez. Sutiles sensaciones que revivimos leyéndola, y agradecemos el valor y el colorido que le brinda a palabras como útero, orinar, clítoris, nalga, hígado que, bajo su tutela, adquieren matices más significativos.

También hallaremos muy presentes los pasajes bíblicos, desde una óptica personalísima, desde el yo y la intimidad; usando, muchas veces, la negación para afirmar algo: “yo no soy de esta hora. / traigo solo la espada / que divide al destino. / No me miréis, miradme: / Hoy empieza conmigo su reinado de carne”, “No temerás la muerte”, “mi sed no es de este mundo”. La poeta va creando un ambiente místico, un universo palpitante con tintes de misterio, combinados con capas de realismo y compromiso social.

En su poesía no está tan presente una mirada urbana, con grandes urbes de fondo, con ajetreo; guarda más bien, con gran viveza y maestría, los ritmos luminosos del campo, del cuerpo en espacios abiertos, la relación cercana y amistosa −y simbólica− con los animales. Todo esto se aprecia especialmente es en sus libros ‘Del color de los ríos’, ‘Arte de cetrería’ o ‘No temerás’.

Leed a Juana Castro. Leedla es leer literatura clásica, la que perdura y no muere, la realizada con maestría. Ella nos dice: “Y te salvé cantando”, al tiempo que presenta la poesía como esa salvación ante el dictamen de la muerte y del dolor existencial. Que su trabajo nos siga llevando a ese lugar de resistencia ante la voracidad de esta sociedad, tantas veces, sorda y enmudecida. Que su poesía nos salve>>.







lunes, 2 de diciembre de 2024

Recital "Provocante a risa" en el Centro Artístico

El 30 de noviembre, Juan Chirveches gentilmente invitó a un grupo de poetas para leer en el Centro Artístico, Literario y Científico de Granada textos satíricos y jocosos. Aquí os dejo las dos décimas que compartí, espero sacar alguna sonrisilla. (Escribí estas décimas como homenaje a mi paisana Violeta Parra que con tanta maestría las cultivó).




DÉCIMA DEL CONQUISTADOR

Un forastero español,

boca ancha, pelo en pecho,

digamos que contrahecho,

macho alfa y fanfarrón.

Enemigo del jabón,

oliendo a piel de macaco

(aderezado el sobaco

con poquita agua bendita),

su trompa: dos moscas fritas

metidas dentro de un saco.

Portaba arcabuz en ristre

para cazar su león,

coraza de ‘quita y pon’,

y un potro bastante triste.

Su caminar era un chiste.

Y andando soltaba pedos.

Escribanos, curas, reos

del nuevo mundo se asombran,

pero él se nos va de compra:

solo quiere un escarceo.

Vestido de punta en negro,

con la cruz hasta en la picha,

amargo como la chicha,

con su cuello verdinegro

más enfangado que el Ebro,

se acercó a mí tan ufano,

a este cuerpo tan serrano,

como pavo rimbombante

pensando en echarme el guante,

soñando en meterme mano.

Venía de la otra orilla

con su verbo zalamero,

con su aliento de ajoarriero,

con su boca-alcantarilla.

Un gallo de pacotilla,

ay, más horrendo que Picio

(hartito de tanto vicio

meneado en su soledad)

y lo digo sin maldad:

¡mirarle fue un sacrificio!

Yo: deliciosa guayaba,

él: infecto surtidor,

restregándome su amor

al tiempo que se arrimaba.

El lerdo no se enteraba

que su pellejo extranjero

quería para el puchero.

Y, pestañeando coqueta,

iba llegando a mi meta

y fui avivando el caldero.





DÉCIMA DEL SANTO BEBEDOR

Un cura, muy aplicado

en la sagrada escritura,

sentía gran calentura

en su cuerpo apolillado.

Bebiendo el cáliz dorado

−al darnos la eucaristía−

a solas se convencía:

Si Jesús está en el vino,

me entregaré a mi destino

y apuraré esta ambrosía.

En beber nunca fue vago

y se iba aplicando el cuento

sintiendo la sangre dentro,

de Cristo, con cada trago.

Totalmente etilizado

vio diablos y querubines,

a San Pedro en calcetines

paseándose por los cielos.

¡Después dirán los ateos

que todo lo inventa el cine!

Por creer a pie juntillas

en la transubstanciación,

abreviaba su sermón

para beber la gotilla

que al fondo del cáliz brilla

diciendo ¡venga, pa’ dentro!

¡Qué bendito sacramento

que no prefiere una cepa

y solo tiene por meta

tener a Cristo muy dentro!

Con el baile de San Vito,

con el habla trachhhhtocada,

con visión multiplicada,

este beodo padrecito,

en cueros y a voz en grito,

predicaba: ¡Ay, criaturas,

cómo no veis la figura

que con celeste insistencia

deja al mundo por herencia

su sangre sabor a uva!

Por decir ¡amén, amén!

decía ¡salud, salud!

Nunca temió al ataúd

si el vino cantaba ¡ven!

Siempre ascendía al Edén

bebiendo el caldo sagrado.

Y un día, de su costado,

charco de vino afloró.

¡Milagro!, uno gritó

otros dijeron ¡mamado!