Ante tantas noticias negativas, quiero traer a este muro un escrito más lúdico y dedicarlo a mis amistades escritoras. Lo he compuesto a partir del símil entre la creación literaria y el parto. Siempre se dice que se "alumbra un texto". ¡Espero que os guste!
“ALUMBRAMIENTO”
ESTADO PRENATAL
Antes de que la inspiración llegue hasta nosotras con la fuerza de la sacudida, ya existe una sensación previa vestida con harapos y que no se parece en nada a esa mujer alada y bienhechora, tantas veces pintada por los artistas descendiendo sobre los escritores desde un plano elevado. Es una meiga que se acerca, no en una sola visita, sino en muchas a lo largo de semanas y meses hasta que estalla el texto como un géiser.
Nos trae malestar, inquietud, nerviosismo. No sabemos qué contar aunque sentimos el impulso de escribir en mitad de ese estado poroso de exaltación. Existen los latidos, las contracciones, las sacudidas de palabras inconexas, pero no sucede el discurso. Nuestro lenguaje vuelve a ser primitivo. Descendemos al reino de Perséfone. Somos Teseo en su laberinto. El decir son astillas. Lo inconexo se agolpa. Vagamos por los caminos de la lectura de libros abandonados en nuestra estantería, y esperamos atentas a esa idea que aglutine lo disperso.
Pero la noche debe reinar para esculpir la voz de las estrellas, así como la maledicencia tiene que regar los cultivos de la elegía. Nos sube la fiebre de las vocales, hay manifestaciones físicas, mas falta la modulación, todo es un simple balbuceo. ¿Cuánto tiempo permaneceremos en esta cárcel de tentativas? Se agolpan los comienzos de los relatos, los primeros versos no se solidifican creando el bloque compacto del poema. Somos grito sin voz. Aullido amordazado. Literatura insulsa sin médula ni asombro. ¿Acaso a la hechicera le divierte este trance?
Bajamos por escaleras larguísimas a la ciudad donde nacimos, volvemos a la infancia. Los sueños están infectados de recuerdos. Ninguno de ellos anuda un punto de partida. El mundo exterior no espolea una confesión. Ya no podemos escuchar la voz de los objetos ni la de los paisajes. Deseamos desesperadamente escribir, y estamos congeladas. No, nada sobreviene en las hojas de los cuadernos.
Se abandona el afán. Se emprende la marcha hacia otros terrenos. Lejos del fango, de la incapacidad, del dolor, de las punzadas en el vientre, de las náuseas, de todas las polillas de la frustración. Se va lo que creímos fermento. Era una nebulosa, una nube asustada, extranjera delicia. Solas y sin creación y sin palabras. Ellas habrían sido alimento feliz. Apoyadura, excitación.
Claudicamos.
Y cuando se ha desecho nuestro deseo, llega ella.
PARTO
Sucede de noche la mayoría de las veces. Hemorragia repentina. Vuelas de la cama. Hay tanta urgencia. De incógnito, ansiosa, como a punto de cometer un acto delictivo, buscas en la penumbra cualquier papel y lápiz a mano. Abierta en canal, sofocada y, casi sin acomodarte del todo sobre la silla, te arrastra una corriente eléctrica que mueve tu mano con histérico zigzagueo. Escribes con fervor amoral. El pensamiento se queda atrás en la carrera. Sudas. Respiras sin resuello, sin compás. Atraviesas campos y más campos de páginas sin márgenes. El cuerpo está tan tenso. Se ha llenado de púas, se defiende de toda distracción. Lo que aflora de ti es una caligrafía atropellada sobre renglones ciegos. Diáspora de letras. Criaturas de trazos que chillan. Las frases, cordón umbilical. Tu escrito no es comunicación sino pataleta de niño caprichoso. Las sombras mudas no esclarecen nada. El movimiento se concentran ahora en esas páginas. El tiempo, abstracto, ajeno. Sólo existe el cuerpo que libera sus palabras viscosas empapadas de sangre.
DEPRESIÓN
Y nos quedamos vacías y extenuadas. No miramos aún el ente que yace acostado sobre la mesa, entre papeles blancos. El día sentencia regresar al dictamen de los relojes. Bajamos nuestros párpados para descansar. Un rato, por favor, sólo un poquito. La mañana esfuma la noche. Luego lo miraré. Él no se moverá. No sé si quiero ver lo que he parido.
Nos irrita no tener el control, alumbrar algo nuevo de esa forma visceral y diabólica. Esos garabatos no nos pertenecen. Cuando emigra la voluntad, ¿todo lo que realizamos son actos reflejos, inercia, tiempo perdido? ¿Acaso hay algo de valor en lo mecánico? ¿Un trance puede dar lugar al arte? Distante, tan apartadas de nuestra criatura, la abandonamos. Te ríes del afán que te llevó hasta ella. Hay un hueco de latido en tu interior. Su materia orgánica e infestada de sentimiento nos asusta. Huimos como Lot de una ciudad maldita. Aquel escrito contiene un amasijo íntimo y descarnado. No podemos comulgar con un ser que muestra al mundo −sin escrúpulo alguno− lo que somos.
PRIMEROS PASOS
El escritorio es un paisaje plácido. La ventana que lo enmarca muestra un patio de plantas amables que buscan ser edén. Es tan gozoso ir hacia el poema, caminar entre los surcos que la noche alumbró. Sentirlo como nuestro ahora, sí, ahora que se ha esfumado la emoción de crearlo. Es tan reparador ser la mano que arranca la maleza. Hay que ajustar palabras asalvajadas, y podar esa repetición, esa musicalidad cansina. Lo más plácido y satisfactorio de la escritura se concentra en estas horas de pulido. El desbrozado nos envuelve en una luz tenue y dorada. Corren las horas como gacelas. Se multiplican las variaciones sobre un mismo párrafo. Dudamos, afirmamos, omitimos una línea, reorganizamos los espacios entre los versos, las letras casi casi crean un caligrama, buceamos en el diccionario de sinónimos, oteamos tras el visillo para aclarar las ideas, recitamos en voz alta la composición (para que sea el aire el que tase y sopese). En nuestro taller, caminamos ligeras. Brilla el entusiasmo. Y queremos mostrar a otros ojos lo que ya sentimos acabado. Los nudos están firmes, las poleas del ritmo funcionan, los verbos crean dinamismos, los adjetivos son los justos. Todo en orden.
Pero nos contenemos. No enseñaré a nadie mi poema. Es mejor esperar hasta mañana. Y que repose el texto por si la masa sube. Al día siguiente, será un pan delicioso.
Otro día. Contemplamos de nuevo a nuestra criatura.
Qué ceguera me ha hecho no ver dónde cojeaba. Esto sobra y esto está muy turbio. Qué coloquial. Cómo es posible. Hay que trabajarlo. Lo leeré en alto una vez más, siempre funciona. Y vuelven las horas a tener otra sustancia: tiempo de trabajo intenso (¿acaso inútil?) que no se percibe.
He decidido recuperar el original, regresar a los hallazgos algo asilvestrados pero ciertos y vivos. Esperaré otro día más, quizá una semana para enviarlo a mi primera lectora. ¿Ocultarlo o exponerlo? Se empaña la celebración con estos trances y decisiones.
OJOS AJENOS
Estar desnuda. Da vértigo la lectura pública, pero también la íntima, del escrito. Más allá de la crítica impresa en la revista o de la que desovilla una boca desconocida, existe el prurito de saber que circula algo de ti sin ningún control. La palabra ‘lectores’ podría tranquilizar. Suena a algo neutro, técnico y pacífico. Pero tú sabes bien que no es así. Son algo más que asépticos coleccionistas de libros. Son un batallón de ojos relamiéndose con nuestra intimidad; son máquinas de juzgar y comentar; son un amasijo de humores cambiantes, influenciados por caprichos de escuelas y modas literarias. Recibiré una estocada en medio de la plaza de la lectura. Ya me duele el rechazo. Complacer me desquicia también. La indiferencia quema de igual modo. Nada satisface al crítico que dentro de mí se refugia. Asco por cargar con este oficio inútil. Condena por no saber hacer otra cosa. Porque siempre nace subversiva, irritante y acuosa la escritura.
CONCIENCIA
Leo lo que tanto sinsabor me ha causado. Hay algo en ello que me reconcilia con la vida. Bálsamo y miel. De pronto, la estancia huele a flores imposibles. Felicidad. El recitado es una sinfonía de mis claves ocultas. Es para mí. Para nadie más. Consuelo y aromática mixtura. Envuelta en signos, en palabras que dicen y callan a la vez, en el revés de mi lenguaje diario. Ha valido la pena, y compensa la angustia este encuentro inesperado con mi libro. Me reconcilio con el lenguaje. Descanso en el colchón de los vocablos. Ellos reflejan una mujer que presentía y que no pude ver. La lectura de los otros es un bosque perdido allá al fondo que no importa visitar. Sólo quiero la paz con mi decir. La sorpresa del texto. No es mío totalmente, aunque haya sido confeccionado en mis talleres. Es de la combinatoria del idioma que se agolpa en la mente y en las entrañas hasta drenarse. Ha nacido de mi deseo, de mi sexo neuronal, de mi razón, entre fuertes contracciones, entre alaridos. Es fruto de una alquimia íntima. Una suma de voces gestadas en mi voz.