Muchísimas gracias a Juan Carlos Rodriguez Torres, por esta maravillosa reseña de "Mixtura. Antología personal" (Averso, 2025) en la revista Hojas sueltas. Sus palabras dan una bella visión panorámica del libro, resaltando elementos muy importantes para mí como la búsqueda de lo esencial, el viaje como camino y los lazos con la naturaleza.
UN VIAJE CIRCULAR A LA PUREZA
Suelen ser las antologías un compendio, una muestra de lo escrito por alguien durante un periodo de tiempo. Pero no debemos olvidar que una antología es un libro, y como tal tiene cuerpo propio, historia propia, una vida que funciona de forma independiente. Mixtura, de Marina Tapia, poeta chilena que ya pertenece al mundo, es un viaje circular que la propia autora realiza para encontrarse a sí misma y de esta manera ofrendarse al mundo con natural generosidad.
Mixtura está compuesto por diez libros en los que la autora recorre los distintos senderos que la conforman: la identidad, el exilio, el amor y la pasión, la naturaleza. Y los recorre en espiral, y a cada vuelta es más consciente, más humana, más persona.
Comienza este viaje atendiendo a su propia identidad, reivindicando su ser mujer y su ser humana libre, tomando conciencia de todos sus condicionantes, de aquello que la limita y de aquello que la hace fuerte con el único propósito de avanzar, de vivir. Aparece aquí la imagen de la mujer enjaulada en lo cotidiano, la mujer exiliada que necesita la acogida, el vértigo. Y va transformando poco a poco la piedra en escultura, en su afán de entregarse a los demás siempre en libertad. Los pájaros no deben seguir haciendo nido en las heridas.
La condición errante de la poeta convierte su vida en un viaje real, físico, doloroso. Pero trata de hacer también de este viaje una aventura, el misterio de la búsqueda y el encuentro, el sabor amargo y excitante de la incertidumbre, la necesidad de llegar a un lugar al que llamar mío. Todos tratamos de encontrar nuestro lugar en el mundo, y Marina Tapia va haciendo del mundo entero su lugar, transformando la tragedia de la huida en la oportunidad de ser de todos lados. Debo sentir la tierra como un todo, mirar a las ciudades desde el faro sensible del asombro.
Y qué sería de un viaje sin amor, un amor también físico, natural y salvaje. La poeta goza sin tapujos de su cuerpo (no te pierdas el goce de saberte un animal), usando tanto las metáforas naturales como el lenguaje explícito, y da rienda suelta a la pasión de forma natural, a la corpórea y a la espiritual, como en la vida misma. Y en este viaje, va vinculando el amor con lo sagrado, tratándolo desde todos los sentidos, un amor que va desde lo sencillo, desde lo real, desde todos los momentos, hasta el éxtasis. Una mujer que vive la pasión como ella elige y sigue lo que dictan sus latidos.
El paisaje, lo natural, es parte irremediable del camino, y sabernos parte de él puede ser sin duda la llegada. En el encuentro con paisajes nuevos que la acogen descubre la poeta una belleza deslumbrante, y siente que la ayudarán a limar las asperezas de su vida. Y poco a poco lo va sintiendo tan dentro que comienza a convertirse en el paisaje mismo. Y así, esta unión de poeta y paisaje se va enraizando a lo largo del libro, y en ese sentirse naturaleza, conversa con ella, con los árboles, con las flores, y también con otros seres humanos que descubre como parte de la misma. Y aquí, en este sentirse parte de lo natural, rechaza la existencia sin hondura. Me duele la simpleza de la vida que ahora se me anuncia, me espanta este vivir elemental.
Los viajes circulares terminan en el puerto de inicio, pero la persona ya no es la misma. Y este trayecto concluye como empezó, reivindicando a la persona, a la persona nueva, a la persona completada en el viaje, la persona que es historia, origen, emoción, cuerpo. La persona que grita soy persona, soy mujer. Un final del viaje que se muestra como una evolución temática de su poesía, una conclusión a la búsqueda para encontrarse a ella misma, la poeta pura que ha de entregar esta pureza a los demás. Tan solo quiero ampliar la voz de un grito, pesar mi identidad, ser un conducto.
Pero no nos engañemos, el final de un viaje es solo el comienzo de uno nuevo. De esta manera, cuando la poeta llega al final de su viaje personal, descubierta y asumida, sintiéndose parte de un todo, tiene ahora la capacidad de mirar al mundo natural con ojos nuevos, con neutral pureza, para descubrir el don que han recibido aquellos que han transitado este camino: ver la historia del mundo y la humanidad desde el sentimiento humilde de pertenencia, una especie de nirvana en la tierra que nos hace gozar de cada inspiración que llega a los pulmones. Hoy vuelvo a ser basalto, pizarra y arenisca, hoy vuelvo a ser mapuche, la hija de la tierra, serena como templo bajo el sol.
Es por tanto Mixtura un viaje que todos deberíamos realizar para ver el mundo con ojos nuevos, para sentirnos parte del mundo y así cuidarlo y disfrutarlo, para sentirnos parte de la humanidad y así cuidarla y disfrutarla, que nuestro viaje es corto y nos pasamos la mayor parte del tiempo sin mirar por la ventana.
(Juan Carlos Rodríguez Torres)

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