LA GUARDIANA
A mi hija Camila
Nunca encontrarás sosiego en este mundo,
nunca encontrarás justicia entre los hombres,
solo el saber del bosque, de la tierra,
y aquella perfección llamada savia
te ha de salvar.
No dejes que aprisionen
tu destino
de fruto que madura junto al sol.
Las hojas de tus pies
perennes y lustrosas
se acercan sin saberlo hacia el sendero.
Cante tu ser salvaje:
liquidámbar, liquidámbar, yo te conjuro.
Soy ésta, ¿no me ves?, ¿no me conoces?,
soy polen que arrojado al firmamento
puede volverse
estrella.
Eres el Aster Acris, la Centaurea,
aquella que escapaba hasta los patios
a construir metáforas florales
para aguardar al íbice violeta.
Políglota,
no te importaba hablarle a los helechos,
inventar un lenguaje cifrado
de estambres, nomeolvides y corolas.
Rizoma, lentitud, floración espontánea…
Y no querer más voces que el silencio
que adentro de la tierra se desgaja.
Con el mentón mirando hacia las nubes,
llegue la flor,
llegue la hembra clara
a su dominio.
Espejos de los ríos
aguardan tus facciones de esperanza.
Creciste cual palmera de En-Gadi,
brotaste como rosa de Jericó,
arabis del desierto
donde cada día es verano
y cada noche es invierno.
Debes ser el hervor
profundo
del planeta,
y la depuración de sus sonidos,
el tallo que recibe la humedad.
Sinceramente ser
un punto del camino
donde diversas formas
de la vida
se extiendan y se afinen.
Y en tu fragilidad de receptora,
de tutor, de Atenea:
empaparte de tiempo,
de días,
de estaciones,
superponer las horas de la luz,
dormir y renacer
sin miedo
debajo del latir de la existencia.
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