sábado, 3 de septiembre de 2022

Reseña de "Bosque y silencio", por Sandra Sánchez

Muy agradecida a la poeta Sandra Sánchez por su profundo acercamiento a este libro que tantas alegrías me está dando. Reseña recién publicada en el número 7 de Ítaca, revista cuatrimestral enfocada a la poesía, fundada y dirigida por la poeta y periodista Isabel Marina.




RELACIÓN ÍNTIMA CON LA NATURALEZA

Sandra Sánchez


“Bosque y Silencio” (Ayto. Aguilar de Campoo, 2022) es el particular beatus ille de Marina Tapia (Valparaíso, Chile. 1975) -la reciente ganadora del XVII Premio Águila de Poesía- en el que la poeta chilena (residente en España desde el año 2000) se evade del mundo del ruido y el bullicio para nutrirse de la Naturaleza y del Silencio, de la naturaleza del bosque y del silencio que éste lleva intrínseco, que no es necesariamente ausencia de sonido sino ausencia de ruido.

Para Marina Tapia las piedras, las rocas, el bosque, la fronda, los troncos de los árboles, no son cosas inertes sino seres llenos de vida en los que buscar y encontrar el sentido "del estar" en este mundo; no en vano, la primera parte del libro se llama "Búsqueda", "observo cada cosa como cría/ que acaba de nacer", dice la autora en uno de sus poemas.

En “Bosque y Silencio” encontramos alguna referencia bíblica, como en el poema "Zarza ardiente": si en el pasaje bíblico Dios se revelaba a Moisés a través de una zarza ardiendo que no se consumía, en estos versos es la palabra revelada del poema la que la poeta desea que se perpetúe "llama insobornable, / llama interna/ que no se venderá”.

Creo que el poema “Casi venerable” expresa muy bien la intención del libro. Es un poema afín a la poesía mística en el que, al igual que Santa Teresa o San Juan de la Cruz dialogaban con Dios, conversa la poeta aquí con el Silencio: "Silencio, / a ti te busco" dice, y más adelante, en el verso "Aquí tienes mi boca contenida", la autora hace entrega de su ser para recoger el Silencio sanador (y salvador, diría yo también).

Ese silencio lo encuentra Marina Tapia en la Naturaleza, en el bosque, al que llama refugio y al que compara incluso con la madre que arrulla y envuelve.

Del bosque, de los árboles, de la observación de la naturaleza y de su mirada absorta en ella extrae Marina Tapia ese leitmotiv silente de todo el poemario (y empleo el término a conciencia ya que es éste un libro extremadamente unitario y homogéneo en ideas), que se convierte en líquido amniótico en el que "crearse y nacer" y dejarse "estar" para así crecer desde ese punto cero.

En la primera parte, nos hace la autora reflexionar sobre el silencio y cada uno de sus matices -si es que los tiene- como ella misma se pregunta en el poema “Acercamiento”, y nos invita a adentrarnos en él y a escucharlo en “Evidencia”: "Hoy todo es audible, / hasta la música de las esferas. [...] Permanezcamos dúctiles, atentos/ a sus designios".

La segunda parte, "Médula", es un compendio de poemas celebratorios de la naturaleza en el bosque, hogar por excelencia de ese silencio que busca y anhela.

La tercera parte, "Poesía", viene precedida y presentada por la cita de José Ángel Valente (para que exista el poema tiene que oírse, antes que su palabra, su silencio). Excelente síntesis, en mi opinión, de lo que es el misterio del arte de la Poesía.

Uno de los poemas, para mí, más bellos del libro es “Afirmación”, casi una oración de acción de gracias que concluye: "Me sostendrán las ramas de tus versos/ en todas las pendientes de la vida". Presente también aquí la Naturaleza al atribuirle a la poesía ramas/versos como si de un árbol se tratara.

Es en esta parte donde la semilla del silencio germina y nace la poeta y su poesía: "silencios rebosantes/ que hagan florecer la poesía" dice al final del poema “Retos cotidianos”.

Acaba el libro con un poema (“Inquietud”) -con el que muchos de los que tratamos de escribir poesía nos sentiremos identificados- en el que la autora expresa sus miedos a no saber qué decir, paradójicamente a quedarse en silencio, a no poder expresar con palabras el deslumbramiento de la maravilla del vivir; pero queda, siempre, la esperanza y el consuelo del mirar: "Seguiré contemplando/ con el verso atrapado en los ojos/ aunque luego a la luz del papel/ nada quede sellado con tinta."

Poemas, al cabo, para leer a pequeños sorbos igual que un buen vino que degustáramos a solas con la única compañía silente de nosotros mismos.




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