EL PARAÍSO DE LA CALMA
“Una isla es para la imaginación de siempre una promesa,
una promesa que se cumple y que es un premio de una larga fatiga”
(María Zambrano)
El primer poema de Islario (1) de Marina Tapia oficia como una declaración de principios: Isla, sí. Dispersa, pero no aislada. Un cuerpo y sus anhelos de recoger semillas y latidos de otros tiempos. Cuerpo, isla en tránsito. Región indómita que anhela el viejo paraíso.
El corazón que late es la brújula para el viaje. Punto de partida y guía en los anhelos.
“A mí solo me bastan los senderos que van hacia las olas,
esa pisada firme, aquella hondura,
los símbolos de un viaje hacia mí misma”. (Afirmación, p.22)
El viaje es una evolución, un descubrimiento de la hondura. Un estar en vilo con proa hacia el asombro.
Juan Eduardo Cirlot (2) en su Diccionario de símbolos dice: “El viaje no es nunca la mera traslación en el espacio, sino la tensión de búsqueda y de cambio que determina el movimiento y la experiencia que se deriva del mismo. En consecuencia, estudiar, investigar, buscar, vivir plenamente lo nuevo y profundo son modalidades de viajar o, si se quiere equivalentes espirituales y simbólicos del viaje […] Volar, nadar, correr son también actividades –como el soñar, ensoñar, imaginar- equivalentes a viajar” (ps.459-460).
En cada imaginario el motivo del viaje. Marina Tapia “Peregrina hacia el poema” (p.25). Entonces, el motivo es el poema, que nos va quitando velos en el propio silabario que despliega. Y nos arroja hacia una nueva luz. Que a veces es revelación, epifanía. Y otras, ceguera.
En el viaje, la sed donde la peregrina insaciable deletrea las silabas de un nombre. Promesa que se ofrece y balancea en la vieja barca del propio cuerpo. Son volutas del aire en el aire las sílabas del nombre del amado. Todo se hace liviano. Se aligera.
Oleaje. Sal. Espuma. Marejadas del alma sujetas en el cuerpo. Y sin embargo, el aire. Tan azul y vibrante. Y esa gaviota leve, que se escapa planeando entre dos mundo. La pasajera, marítima y volcánica, con todo su bagaje y los ojos abiertos ha encontrado su sitio. El bosque y sus diagramas de verdes y de musgo. Nombre que se deslíe en sus pupilas y es cielo y es paisaje y es hombre y es abrazo para su leve tránsito.
“La isla se levanta/ sobre leños y savia, /y el mar/ (en ese aserradero de las olas)/ erige, / pule, / talla cada paso,/ construye el paraíso de la calma". (La carretera, p.48)
El paraíso de la calma ¿no es acaso haber alcanzado el puerto de los brazos? Ese arraigo que ofrece el amor. Ese nombre que calma la sed y las tormentas. Que nos permite ser un islario entrelazado. Ya no la soledad de la que busca con mirada afiebrada. Ahora, la promesa que se cumple y que es un premio de una larga fatiga.
Todo lo conjuga la voz lírica hecha de un ritmo cálido de Marina Tapia. Una voz enamorada que nombra la tierra, el agua, el aire, la piedra castellana, la luz demoledora… y se desliza entre sus pliegues en un fluir constante de onda leve.
Celebro su voz enamorada que alumbra los misterios develados con sus pasos errantes y su leve plegaria escribiendo en el aire.
Nélida Cañas
Córdoba, Argentina 8 de abril de 2023
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(1)Tapia, Marina, Islario, Ediciones Amargord, Madrid, 2022.
(2)Cirlot, Juan Eduardo, Diccionario de símbolos, Editorial Labor S.A., Barcelona, 1985.
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