Comparto la presentación que escribí para Un unicornio fuera de su tapiz, de Ángel Olgoso (Editorial Entorno Gráfico), libro presentado el domingo 23, Día del Libro, en la Feria del Libro de Granada.
Mi intervención voy a dividirla esta vez en dos partes, una dirigida a Ángel, y otra al público presente.
En este mundo literario con frecuencia turbio y agotador, la presencia de una persona generosa como tú, que ayuda a los demás sin esperar nada a cambio me reconcilia con la realidad. Tu apoyo limpio a otros letraheridos, a escritores jóvenes que comienzan ilusionados su camino logra siempre cambiar mi enfoque, relativizar los sinsabores de ese mundillo en ocasiones oportunista. Intentamos huir del alboroto de los “nombres y contactos” pero no de la maravilla de la lectura, del oficio invisible de escribir a solas puliendo cada línea.
Cada día te observo con admiración y me siento privilegiada por compartir la vida con una persona tan fiel a sí misma. Tu entrega para conseguir la excelencia en el lenguaje escrito, tu pasión al leer y anotar en libretitas (con hermosa caligrafía de hormiga barroca) el extracto de lo leído, tus destilados de citas que entregas a los amigos en cuanto sabes que están trabajando en tal o cual composición. Esa forma de ser que tienes: idealista y quijotesca, impresionable como el Principito, honesta como Momo, entusiasta como cualquier personaje de Dickens, esa manera irrepetible es la que amo.
Un compromiso interno con las palabras y el lenguaje, a cualquiera que lo vea desde afuera, pudiera parecerle desmedido o innecesario. Hay no sólo gusto y placer en la lectura, late un reconocer quiénes somos, quiénes han sido los que nos precedieron, y la proyección de la especie de cara al futuro. Hay una búsqueda intensa y necesaria cada vez que se abre un libro. Ojalá más personas como tú tuvieran el mismo brío lector, y abordaran cada libro con ese afán de indagación y reflexión, de llegar a la interrogación máxima, al alma del autor y de la humanidad. Cuántas horas de apuntes y subrayados, de perseguir la belleza de nuestra lengua, de compilar y reordenar los mejores fragmentos para luego entregarlos como un nutritivo manjar a otros que se aventuran por estos mismos senderos.
Es curioso que yo vea en ti (aunque te parezca inaudito por tu timidez), una pulsión didáctica, un deseo interno de enseñar, de vincularte a los demás a través de la comunión del aprendizaje. No en vano algunos te llaman “maestro”. Aunque no des clases, eres un maestro de las palabras, del estilo, de los relatos. Para mí, el ser humano más auténtico es el que deja una estela positiva en sus coetáneos, el que contagia a otros el arte, la poesía, la sed de cultura o la trasmisión de valores. Y es hermoso ver llameando la sabiduría en personas que no pretenden ser ejemplo para nadie, que no ansían dirigir ningún barco intelectual, que parten su alma como un pan de miga blanca, abierto por su propia densidad. Soy cómplice y testigo de esta dulce apertura, olorosa y veraz, que llena nuestra casa de amigos que te buscan.
Cuando te conocí, vi en un rápido fogonazo tu persona: esa mezcla de arrojo y humildad, de saber abierto y ocultación me atrajeron. Recuerdo cómo iniciamos nuestra relación epistolar de miles de páginas, cómo empezamos a cazar detalles intrascendentes en apariencia para poder luego entregarlos al amado, para forjar con el otro una lectura más honda. Cómo las palabras más simples recuperaban su calidad de sagradas, o adquirían otro peso.
No deberíamos abandonar ese lazo feliz de los vocablos con el símbolo. El verbo de los enamorados consigue exaltar lo más sensorial del lenguaje, devolverle su prestancia mística y alegórica, hacer tornasolada una simple descripción, acentuar los brillos de lo cotidiano, dejar pistas para seguir un camino en medio del desorden de las circunstancias. Eso es lo que consigue el arrebato de la comunicación amorosa: aventar palabras moduladas con la urgencia de un niño que pide el mundo con su boca, que no acepta un “no” ni prohibiciones.
Dirigiendo mi vista atrás, hacia tanto amor y tantos paseos y trabajos compartidos, hacia tanta devoción mutua, renuevo lazos. Ojalá no muera nunca este diálogo, esta manera antigua de alcanzarnos con el lenguaje.
Gracias, Ángel por este largo tiempo juntos, por ayudarme a construir un hogar donde vivir al ritmo pausado y contemplativo de los que escriben y leen, de los que se demoran en las conversaciones, de los que gustan detenerse en los pequeños detalles propicios para desplegar las velas de la creación.
Gracias por ser esa persona que tanto me apoya, me acompaña y me vale de ejemplo, por no dudar de mi vocación, por confiar completamente en mí. En tu mirada y en tus palabras hay verdad, y a la vez vive en ellas una seguridad y un misterio, un creer sin concesiones en la precisión y el perfilado del lenguaje, en la decantación de los vocablos, en la belleza de una frase o de un verso, en la benevolencia de los seres humanos.
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Qué poco se puede decir cuando se ha leído la elaborada y deslumbrante prosa de Ángel Olgoso, qué ínfimo el aporte que puedo donar cuando se está presentando un nuevo libro de este narrador que tiene la imaginación ardiente y el pelo y los ojos claros de sus antepasados gallegos. Pero, aun así, junto con cierta osadía y el infinito cariño que siento por el autor, voy a lanzarme a esbozar unas sentidas palabras que acerquen su trabajo a los aquí presentes.
Si abordamos cada acto diario como una posibilidad para ser creativos y para desarrollar nuestras habilidades, gozaremos de una doble riqueza. Si esta máxima la aplicamos no sólo a la hora de escribir poesía, relato o textos personales, sino que la desplegamos en textos más formales o teóricos, estaremos aprovechando la oportunidad de transformar en arte lo sencillo o utilitario. Todo lo que hacemos puede tener nuestra impronta, el sello de nuestros principios, todo puede valernos para rendir tributo a nuestra lengua, para afirmar nuestros compromisos, para ser originales. Este enfoque es el que desarrolla Ángel Olgoso. No existe en él un cambio de actitud al escribir, sea cual fuere el texto realizado, no hay una diferenciación. En cada escrito que alumbra su pluma está el mismo compromiso sagrado con la palabra, la misma entrega y su visión creativa.
En este libro tan exquisitamente editado por Entorno Gráfico, celebraremos sus bellísimos textos de la más variada índole: prólogos, artículos, entrevistas, presentaciones, reseñas, conferencias, cartas, prefacios para exposiciones, poemas, y otras muestras literarias de la voz única de Olgoso, desde el acento de un verdadero creador −disidente y a contracorriente− con el que Granada cuenta por fortuna.
Y también, a través de las 200 páginas de “Un unicornio fuera de su tapiz”, conoceremos más profundamente al humanista resguardado tras el escritor, sus predilecciones, sus gustos y afinidades, sus fidelidades, su trayectoria, sus deseos y proyecciones. Pero, sobre todo, tendremos en nuestras manos un original compendio de la vida cultural granadina, la efervescencia de una ciudad donde lo creativo cobra un peso único. Ángel no sólo introduce libros narrativos, campo ampliamente desarrollado por él, sino que su mirada y su generosidad se vuelcan con los más singulares proyectos (como una presentación de “relatos carcelarios”, un “patchwork” de palabras de consuelo para un amigo, una reivindicación de la retórica o la noticia de un ejemplar de haikus culinarios).
En todos los comentarios del autor encontraremos su marca indeleble, esa precisión en la artesanía verbal, elegida por él para manifestarse contra un mundo complaciente y amante del realismo burdo y plano. Por eso, agradecemos su rebeldía mediante el preciosismo estilístico, en una época donde la libertad al escoger vocablos inusuales o en desuso es casi un sacrilegio que recluye y aparta. No nos engañemos, la península ibérica sigue prefiriendo el realismo y las experiencias en crudo.
Leamos este libro para ser partícipes de un espíritu fiel a sí mismo, leamos este volumen atentos a su vocación comprometida con el lenguaje: nos exorcizará de la monotonía de la realidad; dará alas a las posibilidades del detalle, con su puntillismo narrativo nos sentiremos inflamados y agradeceremos el vuelo poético de su obra.
La defensa del relato, del fantástico, de la imaginación, de la Patafísica, del arte oriental, de la cultura, de la amistad, son algunos de los pilares que Olgoso levanta en esta segunda miscelánea suya (tras “Tenue armamento”, publicado por Alhulia en su colección Mirto Acadamia). Múltiples argumentos en favor de la excelencia compositiva, textos que nos valdrán para afirmar nuestro ideario, nuestro gusto por la lectura.
Pero no solo veremos el “yo” del autor, también su red de afectos, su calidez para con otros escritores a los que siempre ha brindado un apoyo desinteresado. Lo social también está muy presente en el volumen. Nos emocionará, por ejemplo, su artículo acerca de “Perlas de Indra” y la violencia contra la infancia en la India, así como la conmovedora evocación de Cúllar Vega, pueblo natal de Ángel.
“A lo fácil por lo difícil”, a modo de consigna patafísica, quedará resonando en la mente. Y, a pesar de la dimensión estética de sus letras, no nos toparemos con un libro denso: hay una pujanza de claridad, de comunicar con exactitud, de compartir con otros sus hallazgos. Nos saldrá al encuentro un despliegue de ideas frescas y tintineantes que nos transmitirán vitalidad y hondura. Quizá todos estos textos sean verdaderos ejercicios teóricos de la belleza.
Tal como nos recomienda el autor, “necesitamos la literatura y el arte para no asumir el mundo con la mirada de los demás”. Ese anhelo de dar una impronta única y reinventada a la realidad se lleva a cabo felizmente en este libro de Ángel Olgoso: ironía, finura, reflexión, humor, elegancia, emoción destilada y serena. Regalos inspiradores. No os perdáis la oportunidad de entrar en este vasto y maravilloso universo.
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