viernes, 4 de abril de 2025

Comentario sobre el poema 12 de "Piedra que mengua", por Iván Contardo

COMENTARIO SOBRE EL POEMA 12 DE "PIEDRA QUE MENGUA"

El título del libro Piedra que mengua evoca referencias bíblicas profundas. La piedra, símbolo del discípulo Pedro, a quien Jesús llamó Petros, y el verbo menguar, que alude a la célebre frase del Bautista: Es necesario que yo mengüe para que él crezca. Estos elementos nos sitúan en un terreno de humildad y trascendencia, donde la poeta se asume como una piedra dentro de un edificio espiritual, un concepto cercano a la visión petrina. La poesía, en este contexto, es un espacio vasto y transparente, y la voz lírica reconoce su pequeñez ante la inmensidad de la existencia.

Relaciono este texto con las escrituras cristianas porque Marina Tapia, desde su infancia, recibió una fuerte influencia de esa espiritualidad, algo que se percibe en gran parte de su obra. Sin embargo, en el poema 12, emerge con fuerza otro aspecto de su identidad: su conexión con la tierra, con lo telúrico de su origen chileno, ese mismo que moldeó a Gabriela Mistral en los Andes. El poema comienza con una imagen poderosa:

"Cordilleras,

salientes emotivas.

Sois hálito ascendente,

o dedos de las diosas que, dormidas,

levantan sus pulgares y acarician

la pulpa de las nubes."

Desde estos versos iniciales, la poeta dibuja un paisaje donde las montañas son seres vivos, aliento, gesto, tacto. En su búsqueda incansable de la tierra natal, más allá del paisaje físico, parece invocar también la memoria de los ancestros:

"Exhausta buscaré vuestros pinares,

la quena de los vientos,

el silencio."

Aquí se oye la quena andina, el viento que la acompaña, y se percibe el silencio imprescindible para la creación poética. Marina Tapia –y esto lo afirmo con certeza– encuentra en los espacios elevados, en los pinares y en la quietud, el caldo de cultivo para su poesía.

Las cordilleras, las colinas de Valparaíso, los bosques y quebradas han sido su escenario de vida y de escritura desde la infancia hasta hoy, con un afán sin dilación. Esos paisajes son su alimento, la esencia de su ser poético. En ellos se siente pequeña, pero también nutrida por la energía maternal de la tierra:

"En vosotras me sé pequeña eternamente,

me nutro de nostalgia,

de vuestra maternal fosforescencia."

Así, la poeta se compara con una bestia libre, hábil para esquivar la captura, una criatura silvestre que resiste:

"Soy esa bestia libre

que nunca ha de cazar la humanidad."

Pero la piedra que mengua no es solo símbolo de humildad; también es testigo y archivo de la historia. En la voz lírica, las piedras son memoria, inscripciones antiguas, materia prima para altares y hogares, así como sílabas y palabras que construyen el poema:

"Abecé de mi canto,

que en cada roquedal se enreda.

Moldeadas del color de lo sencillo,

sois mesa de la casa,

sois cama,

sois tejado,

y aquel brazo fantasma que me lleva."

Así como el pescador ama sus redes, el carpintero sus herramientas y el soldado sus armas, la poeta reverencia sus piedras-palabras. Suplica que no la abandonen, pues su destino es cantar hasta el final, expresar la belleza más alta, la aridez más profunda y el dolor humano más hondo. En este cierre conmovedor, la poesía se erige como testimonio y legado:

"Mis sísmicas amantes,

no me dejéis

sin cuna de la infancia,

sin lápida que bese vuestro suelo.

No hay belleza más alta que los Andes.

No hay aridez más dulce que Atacama.

Y no hay dolor más hondo que Pisagua."

Iván Contardo

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