EL GIGANTE
(Técnica mixta. 60x30)
De hito en hito el gigante, acometido de sueño y torpor súbitos, baja de las montañas en dos zancadas y se echa a dormir pesadamente sobre los pueblos parduscos de la dehesa. La cabeza de esta mole montaraz se posa entonces sobre Alcaudique. La espalda sobre Agicampe, Túrcal y Membrillar. Las piernas sobre Milanos y Tajarilla. Los brazos sobre Gibrapulpo y Retamales de Plines. A esta particular circunstancia sus habitantes la llaman noche.
HAIKU 3
(Óleo. 100x40)
Con las brumas del amanecer,
con las sombras del crepúsculo,
me nutro de no-pensamiento.
CONJUGACIÓN
(Óleo. 40x35)
Yo grité. Tú torturabas. El reía. Nosotros moriremos. Vosotros envejeceréis. Ellos olvidarán.
CARTOGRAFÍA
(Técnica mixta. 24x33)
Sara es un mapa que puede doblarse a sí mismo hasta hacerse infinitesimal y desplegarse hasta descubrirme que todos los lugares están ahí. Qué fácil resulta perderse en ella. Sin embargo, reconozco sus contoneos en un valle dilatado entre montañas, sus recriminaciones en las tormentas de aguanieve, sus besos desbocados en las lenguas de lava, sus súplicas en las cometas remontadas junto a la playa, su sonrisa soñolienta en el canto de los pájaros de un bosque umbrío, su inconstancia y sus veleidades en la tierra quemada a ambos lados del camino, sus caricias de sobremesa en la contorsión de las percas bajo las aguas de un lago. A veces, es un mapa orográfico o cromático tras la ducha, de navegación si se muestra comprensiva y un mapa inventario al final de cada jornada. Otras, un mapa de frecuencias cuando finge o pierde los nervios y su compañía sofoca, o uno mental cuando su ingenio crepita. A veces, espero durante días para encontrarla mientras silbo y agito los brazos en el rincón de un milímetro cuadrado. Otras, recorro enormes distancias con la brújula del deseo, salvo puentes y trepo a curvas de nivel, bordeo los círculos de ciudades desconocidas, atravieso la línea continua de las fronteras, me detengo jadeante en los límites provinciales, vago al relente por las líneas rojas de las carreteras y las negras de los ferrocarriles, estudiando cuanto a la vista se ofrece reproducido a escala natural. Mas no sé verla a pesar de las señales, de las balizas, de los carteles indicadores de población, de la rosa de los vientos. En ocasiones, sin traba alguna, está de pronto al alcance de mi mano y ocupa espaciosamente todo el territorio, los desiertos y las cordilleras, los páramos y las ramblas, los acantilados y los oasis. Si agita su larga coleta, la brisa se cuela con dulzura en recónditas madrigueras, en una fábrica abandonada, en el huerto donde crece un ciruelo. Si cruzo la mirada con ella, recibo en la cara el brillo del sol. Cuánto temo ser expulsado de allí. Su poder es absoluto: al doblar el mapa, el mundo duerme y queda sin accidentes geográficos ni lugares de interés; al desdoblarlo, permite una vez más el día. Ella contiene todos los sueños que tuve y todos los dolores que me sobrevendrán. En sus meridianos se dibuja mi destino, en sus paralelos anida mi memoria. Cuando nuestros cuerpos se aman sobre las sábanas, el rítmico jadeo se propaga en ondas a los charcos, converge hacia los embalses y las marismas y alienta las corrientes oceánicas. Cuando ella se traspone de gozo, enciende las auroras boreales. Pero cuando llegan el tedio o las discusiones, se oscurece el color del relieve, restallan truenos por el hemisferio norte y me ladran perros en la boca de un túnel. Entonces trato de huir en vano a través de la telaraña de líneas de distinto grosor, me extravío en regiones administrativas de segundo orden, me hundo en áreas bajo el nivel del mar, empequeñeciéndome sin remedio, un simple punto equidistante de los polos, del horizonte que se aleja, de las coordenadas cartográficas de Sara.
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