HÁBITAT
(Técnica mixta. 46x38)
A las doce y veinte de un sábado soleado de octubre, contra un rincón de la cocina de su vivienda en un pueblecito cercano a la industriosa capital de la provincia, el hombre golpea a la mujer que castigará al hijo que dará una patada al perro que morderá al gato que perseguirá al ratón que abatirá a la cucaracha que atrapará al gusano que devorará al hombre.
VIAJE
(Técnica mixta. 60x30)
Llego a la estación. No hay nadie. Voy a emprender, pese a mis pocos años, un viaje largo y colmado de expectativas. Espero de pie en el andén con la impaciencia propia de alguien joven y enérgico. El tren, que ha aparecido de pronto a toda velocidad, sin trepidación de rieles ni chirrido de ruedas, se detiene por completo a mi lado, disimulando su prisa a la perfección. Cuando intento levantar la maleta, esta se ha vuelto pesada en extremo. Noto con estupor que no me acompañan las fuerzas, que mi ímpetu decrece. Comienza a llover. Hace frío. Me dirijo hacia los peldaños de metal dificultosamente y, sobre todo, con una inconsolable sensación de haber olvidado algo o de haber dejado atrás a alguien que no recuerdo. Mis manos ateridas logran empujar la maleta hasta el piso del coche cama. Encorvado, la arrastro luego por el pasillo mientras jadeo y oigo crujir los huesos. Una lucecita borrosa, al fondo, me permite tener un atisbo del estrecho y oscuro compartimento, el que suele asignarse a los pasajeros más viejos. A duras penas abro la puerta corredera y abandono mi maleta, como una carga inútil, al pie del portaequipajes. Me tiendo por fin en la litera, extenuado, vencido, buscando ese aire que reclaman con la boca abierta los moribundos. El tren parte en la noche y me lleva consigo.
HAIKU 1
(Técnica mixta. 46x38)
Sentado inmóvil
entre el arriba y el abajo
que se alejan en la distancia.
JUICIO
(Óleo. 55x45)
Aquel ciudadano no ha acusado de brujería a la mujer ante el Tribunal que habrá de torturarla porque creyera que negociaba carnalmente con Belcebú la ruina de su familia, ni porque la haya visto danzar hasta el amanecer en torno al Macho Cabrío, o amasar ungüentos con belladona y hojas de álamo y grasa de niño, o beber la leche de los jarros que reposan en los alféizares de las ventanas, ni siquiera para vengarse y que sus bienes sean confiscados, sino porque cuando los inquisidores busquen en su cuerpo la señal del Diablo (una heridita impía, un pliegue satánico, una pequeña pero obscena mancha, un lunar sacrílego) él podrá al fin contemplar desnuda a su vecina.
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