Comparto mi reseña del poemario de Gregorio Dávila de Tena, "De la mano del aire", publicada en la revista digital Culturamas.
«De la mano del aire», de Gregorio Dávila de Tena
19 febrero, 2025
Por Marina Tapia.
RECORRIDOS SUTILES
De la mano del aire, editado por Averso a finales de 2024, es el último libro de Gregorio Dávila de Tena, creador afincado en Sevilla y que nos tiene acostumbrados a poesía de excelencia, a un hondo compromiso con la palabra. Este poemario tiene el espíritu de exaltación y deslumbramiento ante la vida de ese “Don de la ebriedad”, de Claudio Rodríguez, que tanto maravilló a su generación y a las que le siguieron.
En la introducción del libro, Gregorio nos dice “Quizás nos enmadre la Poesía / como un olmo lleno de pájaros / cobija en los días de lluvia / a los potros recién nacidos”. Este ‘enmadrar’ tan hermoso y tan adecuado al referirnos al ejercicio de escribir versos, ya nos está revelando la voluntad férrea del poeta por recoger de todos los elementos que le rodean, su verdadera esencia y su raíz primigenia y maternal. Porque esos potros −que por primera ven la luz− son semejantes al artista: ser recién nacido en cada deslumbramiento, en cada sacudida profunda, en cada tránsito al asombro.
El poemario está muy bien estructurado. Se divide en cuatro partes: “Un respirar en paz”, “La música del aire”, “Como caña al viento” y “Cuando callan las cerezas”. Es un conjunto pensado y cuidado, con citas, con pausas y con todo ese mimo y profesionalidad que este autor nos entrega en cada libro.
Celebro ser poeta, pero celebro más mi afición lectora porque me depara multitud de momentos de cosquilleante alegría, de introspección y estética. Pero no es fácil que lleguen a nuestras manos libros redondos o que respondan a búsquedas personales, libros que dialoguen con uno, que abran un espacio amplio de reflexión. Es una suerte hallar trabajos hechos a conciencia, poemarios que sorprendan y emocionen al mismo tiempo; compendios en los que sean evidentes esos estratos, esas capas y capas de lecturas solidificadas, hechas cimiento; conjuntos que comuniquen a los lectores frescura (crujir de tallo verde), madurez escondida con apariencia de sencillez. Leo muchísima poesía, también releo para preparar talleres y por simple disfrute, y cada vez me cuesta más encontrar autoras y autores con los que establecer un diálogo fructífero, a los que tener como valor seguro. Por eso celebro haber conocido a Gregorio Dávila de Tena y seguir su trayectoria a través de cada nuevo volumen que nos regala.
En “De la mano del aire” prima la acción sensorial como medio de conocimiento. El poeta llega desde el cuerpo al universo que lo rodea. Y siempre pesan más las manifestaciones mínimas, sutiles. Nunca cae en la pomposidad. Nunca veremos textos ornamentales o saturados de información. Su actitud posee esa sombra de la literatura oriental donde el yo se diluye para volverse lo contemplado. Movimientos suaves como danza de Tai Chi, frases que desplazan sus verbos con sutileza para desencajar sutilmente la rigidez del paisaje. Gregorio despliega una paleta variada de estampas relativas a momentos concretos del año, a estaciones, a enclaves reales e imaginarios. No sabemos muy bien desde dónde planea la voz poética, solo nos importan las sensaciones que ella nos traslada: porque ya se ha hecho sólido ese pacto entre escritor y receptor que toda buena literatura materializa. Hay un decir maravillado, un tránsito a través de esas puertas luminosas que constantemente va abriendo el poeta.
Este libro está colmado de citas e intertextos muy bien traídos y engarzados, de un puñado de vívidas declaraciones de amor a los escritores que Gregorio admira, de tributos a los elementos que sostienen la vida: aire, fuego, agua, tierra. Y es hermoso ver cómo la voz del autor se hermana con todos ellos, pero también con la humanidad. No hay una desconexión, la actitud compasiva, cómplice y generosa con la otredad está muy presente: “todos los naufragios son el mío”, “danzar juntos / por el barbecho / por la alegría”, “Te ofrezco mi espalda para soltar / los felinos del gozo”, nos dice.
Además de ser un decidido canto al aire y a la naturaleza, la respiración hace de hilo que ata armónicamente todo el conjunto: respirar como un acto de toma de conciencia, de resistencia, de elección; un acto vinculado al habla y al lenguaje, que transporta las palabras que elegimos decir.
Como ya he apuntado, una de las características permanentes en la poesía de Dávila es que va dejándose acompañar por la voz y los versos de otros autores de distintas épocas, pero que tienen como denominador común la búsqueda de lo esencial, de la filosofía o la mística. Tal como dice Isaac Páez en su epílogo: “[…] todo lo que escribimos es la cita de alguien. Gregorio Dávila entiende esta idea a la perfección y, en lugar de buscar fórmulas que enmascaren las influencias, parte de la cita como discurso y método”. Podríamos añadir que el uso abundante de este recurso en sus libros es marca de la casa. E incidiendo en esta idea, hay una sección completa versionando los “Treinta y tres nombres de Dios” de Marguerite Yourcenar. Y en este territorio de lo conciso, Gregorio siempre se ha manejado con gran maestría, los poemas breves al estilo del haiku o del tanka japonés no presentan para él dificultad alguna. Recordemos que fue el coordinador de una edición de haikus publicada por Isla de Siltolá.
Creo que es un reto mayúsculo acercarse al aire como temática. Me parece que la poesía ya hace tiempo que dejó de buscar en los alimentos terrestres su canción. El mundo de los hombres prima desalentadoramente en las publicaciones, sus bares, sus luchas cotidianas, sus amores y desamores, sus rutinas urbanas, su autocompasión… Por eso siento como un ejercicio osado retomar estos argumentos sin caer en lo conceptual extremo, en lo tópico, o en la simple imagen descriptiva de un paisaje. Vivid doblemente la vida a través de este libro de poesía que es pura gratitud a la existencia, y a lo invisible que nos sostiene.
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