Comparto -y agradezco de corazón- la exquisita reseña que el escritor y crítico José Luis Morante ha publicado en su blog Puentes de papel. Un texto lleno de generosidad y de belleza.
FLORACIONES
Residente en Granada desde el 2000, Marina Tapia (Valparaíso, Chile, 1975) ha desarrollado un activismo cultural sostenido con una doble faceta, plástica y literaria. Desde 2013 hasta el presente, ha llevado a imprenta cuatro entregas poéticas, la última de las cuales, Jardín imposible, reconocida con el Premio Luis Carrillo de Sotomayor, se edita con ilustraciones de Guillermo Rodríguez Lema y lírica introducción del narrador Ángel Olgoso. Del atinado prólogo, extraigo esta síntesis de la entrega: “Marina teje una melódica red verbal que atrapa al lector, levanta estructuras de una delicadeza prodigiosa, recoge las palabras en su intimidad de emociones e intuiciones para hacerlas fulgurar en un segundo eterno”. Nos hallamos, por tanto, frente a un ideario que vela lo narrativo para construir una realidad trascendida que unifica sustratos oníricos y el influjo fuerte de la naturaleza. El entorno y los elementos que afloran a nuestros sentidos no son meros indicios botánicos sino muestras vivas de una existencia al paso, cuajada de símbolos.
Tras las solemnes citas iniciales – Empédocles, Emily Dickinson, Juan Ramón Jiménez y Pablo Neruda- Marina Tapia recurre a la personificación para hilvanar un vistoso soliloquio de la flor ante la belleza en vuelo del colibrí, cuajado de un erotismo hedónico que habrá de sonar con más fuerza en el poema “Aposento y tiniebla”. Pero el sustrato temático es abierto y propaga bifurcaciones dispares. Así el segundo poema elige la magia ilustrada e indescifrable del manuscrito Voynich, una obra anónima de singular rareza, posiblemente concebida en el siglo XV, contraponiendo en los versos el misterio insondable de aquella tiniebla comunicativa con las sensatez insulsa de un ahora banalizado y estéril, que anula la imaginación con su ramplonería verbal.
En este juego de planos argumentales está también el recuerdo de Federico García Lorca, la intensa presencia de una naturaleza cuajada de formas convertidas en un semillero de preguntas. El olor renacido, que persiste en el aire, abre el cofre de nuevo de aquella sensibilidad modernista con la que Rubén Darío revolucionó el austero paisaje poético de la generación del 98. Como un soliloquio exhortativo se concibe el poema “La Guardiana”, donde se insta al vegetal a mantener intacta su prístina existencia y el cumplimiento de los ciclos estacionales, frente al aleatorio destino del hombre azotado por sus continuas circunstancias.
La dicción cuidada y específica de Marina Tapia, que aporta una cadencia expresiva muy personal, se mantiene en el poema en prosa; el molde formal se integra sin desgarros en el avance lírico de Jardín imposible y está presente en otros textos como “El árbol”, “Canto de la tierra a una semilla” o “Palabras de una flor ornamental”.
Los nudos argumentales de Jardín imposible muestran la singularidad de un territorio poético en el que nunca se ocultan el esplendor expresivo y el callado rumor de la belleza. Esa esencia de estar en un mundo fértil que late inadvertido, más allá de la apariencia, para integrase en nuestras percepciones, para hablar al pensamiento poético y ser fuente de inspiración y permanencia.
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