Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?
Marina Tapia: Con Corteza quería recoger diferentes impresiones de la etapa por la que atravieso, mi próxima entrada al medio siglo de vida; deseaba hacer una revisión del camino transitado, cuestionándome diversos aspectos de él, y compartir poemas escritos en diferentes momentos pero que mantenían una unidad: eran rotundos y no hacían concesiones al miedo, al dolor o al desarraigo. Quería hablar de la conciencia de nuestras limitaciones, de los condicionantes que —como ser humano y en especial como mujer— se experimentan. Y cómo se llega a ese punto en el que se acepta el cuerpo, lo que somos, nuestro pasado, para luego avanzar y elegir lo que queremos ser de ahora en adelante.
Este libro vuelve de alguna manera al espíritu de mi primer poemario, 50 mujeres desnudas, a bucear en la condición humana, en la identidad y el desdoblamiento; eso sí, esta vez estableciendo claramente dos partes: una donde los grises y las sombras del pasado se exponen sin autocensura, y otra en la que vemos cómo podemos elevarnos amparados en esas personas luminosas, o en una comunidad de gente valiente y creativa que nos da su apoyo (en general referentes literarios que siempre están allí para marcarnos el norte, como Emily Dickinson, Emilia Pardo Bazán, Adrienne Rich, Gabriela Mistral o amigas como Ana Mañeru).
¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?
Surge ordenando mis poemas de diversas etapas, incluso los de juventud (ya que comencé a escribir muy pronto y conservo bastantes cuadernos de mi infancia y adolescencia). Con este conjunto he querido volver a esa niña y a esa joven que fui, recoger sus temores, sus impresiones del entorno en el que creció (una familia de artistas, en medio de una dictadura que había cercenado la posibilidad de construir democráticamente un nuevo modelo de sociedad). He intentado cantar con voz de lluvia —y vestida con prendas empapadas de ayer— un canto de esperanza. Por eso el lector encontrará textos como “Siento este rojo en el rostro”, escrito a los 16 años, junto a otros como “Celebración” o “Encantamiento” alumbrados a finales de 2021.
¿Qué pistas o claves te gustaría dar a l@s posibles lector@s?
Me gustaría que sintieran este libro como un espejo, un espacio donde se refleja algo colectivo: las marcas de una educación estricta que han recibido tantas generaciones, el peso de nuestra imagen física a causa de los volubles y mercantiles cánones de belleza que imponen los medios y la moda, o el sentimiento de culpa que siembra en nosotros una religión que, por lo general, celebra el dolor de la crucifixión más que la alegría de la resurrección. Aunque está escrito en voz de mujer y basado en mis vivencias, algunos amigos que lo han leído se han sentido identificados con la voz poética y con su caminar hacia un punto más luminoso.
Mi intención es emprender, junto al lector, un viaje simbólico hacia la aceptación y la valoración de lo que somos, de todo lo que nos eleva y enriquece. Por ello el libro se divide en dos partes muy bien diferenciadas: “Raíces hondas” y “Ramas altas”. He utilizado los excelentes versos de una de mis poetas preferidas, Ángela Figuera Aymerich, (“Quiero raíces hondas, ramas altas,/ cauce y muralla, brújula y refugio./ Y soy una mujer. Apenas algo./ Carne desnuda, sola, desarmada.”) como imagen que representa a la perfección los dos bloques del libro. Los árboles, con sus dos partes opuestas, raíces y ramas que tienen como sustento el agua y el cielo, retratan muy bien la condición humana. Podríamos decir que estos versos de Ángela Figuera son la columna vertebral del volumen.
¿Qué efecto esperas que tenga en ell@s?
Desearía que se vean reconocidos en sus textos, que sientan los poemas como propios, que den voz a sensaciones por desgracia habituales como el desarraigo, la violencia sexista, el enfrentamiento con el padre —o con la madre—, la rebelión contra los regímenes totalitarios que tanto España como Chile han sufrido, etc. Y quiero que disfruten también de las cualidades estéticas del poemario, lo bien que lo han editado las socias de ElEnvés, la calidad del papel, el tacto de la portada, su formato moderno, esas páginas de cortesía en color turquesa… Me gustaría que este libro los acompañe, que hagan suyos estos poemas-ofrenda. Escribo llena de entrega no sólo para mí, sino para los otros, para una colectividad afectiva. Y que los lectores puedan decir, como escribió Cristina Grisolía en el prólogo, «leer a Marina Tapia es hilvanar trozos de vida comunes a todas nosotras, es por lo tanto una lectura de reparación y completud».
¿En qué medida veremos en él —o no— a la Marina Tapia de tus anteriores obras?
Creo que la musicalidad y el ritmo de mi poesía siguen aquí presentes. También el deseo de utilizar los adjetivos justos y precisos, un lenguaje cuidado pero a la vez cercano, sin caer en lo coloquial o lo explicativo. Que en la página del poema acontezca todo, que haya un movimiento sostenido a través de los verbos, con finales que cierren y rematen lo expuesto, ya que cada poema —en este libro en especial— es una unidad propia que no necesita imperiosamente del conjunto para comprenderse. Quizá, por su temática, me he alejado más de la abundancia retórica y la explosión celebrativa de Jardín imposible o El relámpago en la habitación. Trata un tema más duro y contenido, y necesitaba de un lenguaje más conciso, de versos más desnudos y despojados para transmitir con veracidad el proceso vital de una mujer que camina a la madurez.
Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de ‘Corteza’, ¿cuáles serían?
Me quedaría con “Celebración”, porque refleja muy bien el punto en el que estoy y la voz actual: la de una mujer que tiene que asumir sus límites, sus fuerzas, su cuerpo, la perspectiva de que los años por delante no son ya tan numerosos. También escogería el poema que aborda el concepto de la paz, “Aquello que florece bajo sombras”, en el que se aquilatan y se valoran la paz o la armonía que las mujeres hemos mantenido como llama encendida a lo largo de la historia. Y por último “Nueva Penélope”, un texto que describe a una mujer que se espera a sí misma, a ese otro nuevo y renovado ser que vendrá con la madurez que dan los años.
Y añadiría quizá estos tres versos que, de alguna manera, resumen el espíritu del libro: “Sabré quien soy al límite, en el filo,/ sabré de lo encontrado en lo perdido,/ con la distancia, acaso, podré verme”. Creo que ese “acaso” hace énfasis en algo muy cierto: buscamos conocernos pero no hay una definición exacta y nada es categórico, somos algo en constante cambio y la poesía está allí para retratar —y para recordarnos— esa corteza frágil y cambiante que tenemos.
¿Han cambiado los temas que te interesan? ¿Sobre qué estás escribiendo ahora?
En general, intento realizar libros temáticos, con un asunto determinado, con un núcleo compacto (el erotismo, las cuatro estaciones en la Vega de Granada, la botánica fantástica, el silencio, los viajes, etc.), busco desarrollar una idea distinta en cada conjunto pero, por supuesto, en todo lo que he escrito predominan mis grandes amores: la naturaleza y la búsqueda de la hondura de la vida. Ahora estoy en una etapa en la cual no escribo poemas y la veo como un descanso necesario; eso sí, leo mucha poesía y escribo algunas impresiones lectoras. Me interesa repensar la poesía, buscar nuevas maneras de abordarla, teorizar un poco acerca de la creación desde un ángulo no académico. Quizá me asemejo en estos momentos a la Momo de Ende, que permanece sentada escuchando las voces de otros en ese círculo de piedra, en el anfiteatro del mundo. Gamoneda decía que la inspiración no es más que una tensión intelectual. El silencio y la escucha quizá tensen las ideas tarde o temprano.
Además de escribir eres artista plástica. ¿Cuánto de esta disciplina se refleja en tu poesía y viceversa?
Poesía y pintura se entrelazan en mí mediante hilos muy sutiles pero, con el paso del tiempo, van tejiendo una trama más firme. En muchas temporadas de mi vida he dejado aparcada a la pintura para centrarme en la escritura, pero cada vez resulta más frecuente y más intensa la necesidad de que ambas convivan, de que haya vasos comunicantes entre estas dos disciplinas. Quizá por eso, cuando presenté Islario, realicé una serie de ilustraciones alusivas al poemario. Y ahora he pintado un grupo de 40 láminas para Corteza que regalaré a los asistentes en la presentación, en la Biblioteca de Andalucía. Para mí el arte es una manera de escuchar y dialogar con la existencia, de apresar lo transitorio, de bucear en la grandeza de lo sencillo y cotidiano. En mi poesía —según opiniones— se aprecia que soy pintora, “pintas con las palabras” han comentado, “parece que estoy viendo un paisaje”. Y creo que en mis cuadros, en especial en las últimas series, abundan los versos escritos a mano, el juego de la metáfora o de la imagen poética. Quizá, después de todo, soy bilingüe de otra forma (aunque nunca se me han dado muy bien las lenguas extranjeras).
Por último, como lectora, ¿a quién te gustaría que invitásemos a pasar por ‘la Prensa’?
Me gustaría que invitarais a la excelente poeta y amiga argentina Cristina Grisolía, que ha tenido la gentileza de escribir el prólogo de Corteza. Seguro que estará encantada con tan interesante y agradable propuesta, como lo estoy yo, Javier, con esta entrevista.
TRES POEMAS DE ‘CORTEZA’ DE MARINA TAPIA
CELEBRACIÓN
AQUELLO QUE FLORECE BAJO SOMBRAS
NUEVA PENÉLOPE
Para Ana Mañeru Méndez
Aquella seré yo.
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