viernes, 13 de junio de 2025
"Mixtura"
miércoles, 11 de junio de 2025
Acerca de tres libros de la poeta argentina Nélida Cañas
Reseña de "Jornadas neorrománticas", de Sebastián Waldo en CaoCultura
Presentación de "Cien inexactos movimientos", de Antonio Carbonell
Elogio a la lectura
lunes, 9 de junio de 2025
Reseña de "Piedra que mengua" por Gerardo Venteo
UN CANTO MINERAL
Piedra que mengua (que obtuvo el premio del XL Certamen «Ángel Martínez Baigorri» Lodosa (Navarra) es un poemario sólido, un libro mineral que aborda la gravedad de lo primigenio como sustrato base a partir del cual situarnos y construir un lugar en el mundo y esa casa que es (origen y destino) el amor.: “ Antes de que tu beso/ cambiara mi sustancia y redimiera el núcleo/ del dolor,/ fui Babel.” Comienza así el poema 1: “En el comienzo/ aquella voz magmática/ fundía sobre lava/ su profundo nombrar.” (…) para concluir el poema diciendo: “En el comienzo tú,/ sordo estruendo,/ amor/ de fuego.
Piedra que mengua parte con toda su gravedad de lo esencial y a partir de ahí, palabra a palabra, imagen tras imagen, construye un canto imantado que se eleva estrastosférico alrededor de un concepto; la piedra (sujeto concreto que expele un campo semántico de amplio espectro).
El Libro de Marina aborda la tangente temporal del sujeto poético a través de una voz múltiple (el objeto y sus variantes en distintos escenarios) que parte de una sola voz (la propia voz poética) y habla de heredad como un macizo a partir del cual sucede la historia en la que también sucedemos nosotros “ Cordilleras,/ salientes emotivas./ Sois hálito ascendente,/ o dedos de las diosas que, dormidas,/ levantan sus pulgares y acarician/ la pulpa de las nubes. La poética que atraviesa este Piedra que mengua es un magma que se solidifica en el poema de manera sutil y caleidoscópica.
Sobre lo sólido y grave se construye, en este libro, lo líquido, lo húmedo, lo frágil, lo pequeño y lo hermoso; la voz. Y esta voz se eleva sobre la tangente material del objeto (la piedra) para abrazar con la boca el latido del corazón del poema que a su vez es el magma con el que solidifica y se hace esta casa.
Este poemario basáltico, sólido, polisémico y sedimentario, parte de la contemplación lenta y el pensamiento analítico para conjugar de manera precisa (y preciosa) la emoción que puede llegar a conmovernos con lo que no parecía posible. Con gran sensibilidad y destreza técnica, Marina asigna a la piedra el lugar de un tótem sagrado que sostiene todo y se alza sobre todo y es, desde una mística casi religiosa, que aborda la rotundidad del peso mineral y el origen como lugar sagrado y lo expele (desprovisto de gravedad) en forma de canto.
Este canto de heredad “ Abecé de mi canto,/ que en cada roquedal se enreda./” (ancestral, testimonial, geológico, arqueológico, antropológico) en ascenso vertical, se construye a partir de los cimientos sobre los que se asienta un sujeto moral que forma parte del tiempo, su tiempo propio que atraviesa un momento histórico a través de un paisaje interior cambiante hasta convertirse en un canto rodado arrastrado por el río, un paisaje fértil o un desierto y pronunciando así maneras o una manera de estar y de asistir al mundo. Este canto es una oración. En el poema 36: “Dichosas vosotras/ que lleváis/ el soplo de la tierra en vuestro centro,/ generosas matriuscas,/ pues Canaán os aguarda.// Dichosas vosotras/ que tenéis compasión por todo lo que late,/...”
Es difícil destacar unos versos sobre otros en este libro excepcional pues habría que transcribir poemas enteros casi o abundar con profusión y alegría en cada uno de ellos. Así ocurriría con el poema 2 que comienza diciendo: “Me bautizaste piedra,/y me envolviste entera de firmeza,/ (…) y en el cobre/ de mi veta extenuada pusiste/ esa humedad de amor.” o en el poema 3: “ Y ahora soy palabra que se adensa,/ tan firme y compacta:/ un carrusel de ritmos contenidos.”
Marina ha compuesto un canto que bebe desde el interior de las simas y las sobrevuela creando un paisaje hermoso de palabras a partir de lo sólido. Este libro sereno, es un libro de amor que parte desde la tangente mineral de lo más sólido para, a través de la contemplación, el pensamiento y el lenguaje, construir esta casa. “Dulzura es lo que hallo en la sustancia/ que tú me concediste./ Me visto de certezas./ Mi corazón es gruta. / Un blanco laberinto de pilares/ donde tu voz camina.”
domingo, 1 de junio de 2025
Muestra literaria del taller literario de Huétor Vega
Entre letras y cantos, tema musical.
martes, 27 de mayo de 2025
Los "recados" de Gabriela Mistral
domingo, 25 de mayo de 2025
Reseña de "Un hombre que no conoce Nueva York"
Quizá una de las mejores y más estimulantes maneras de acercarse en profundidad a un libro y a su autor, sea conociendo la zona geográfica inspiradora del texto. Tal vez esos paisajes rurales en los que vivió Gregorio Dávila de Tena, estén contenidos en “Un hombre que no conoce Nueva York”, y muy cerca de ellos como telón de fondo, escribo mi aproximación a este profundo poemario. Ahora que he sido “como ese hombre que duerme en la piedra/ donde chirrían las chicharras”, que me he apartado de la ciudad para descansar en la Sierra Norte de Sevilla, en su mundo de alcornocales infinitos, compongo estas sencillas palabras acerca del libro, deseando que os animen a leerlo.
En este volumen, el poeta nos acerca a su ideario personal, realiza una sutil defensa de lo rural y de lo sencillo frente a las supuestas luces de la ciudad-laberinto. Desde su título tan categórico, y a la vez metafórico, nos iremos encaminando poco a poco a su poética, a su mundo.
Publicado de forma impecable y sobria por la editorial Renacimiento en 2022, este título que fue galardonado con el VIII Premio de Poesía Juana Castro, nos dejará una serena melancolía, un feliz estado de evocación del pasado por medio de estampas, de historias que gravitan entre la infancia, la juventud y la madurez (con su vuelta al pueblo a raíz del confinamiento).
En todo el conjunto hallaremos la idea de la nostalgia revisitada, quizá porque las cosas que se nombran adquieren otro peso, porque es fácil reflexionar cuando se hace un mapa de lo vivido, y así encontrar la identidad.
Intertextualidad, conversación íntima con otros escritores de distintas épocas (Hierro, Lorca, Vallejo, Gamoneda, Valente, Li Po, Pizarnik, Juan de Yepes, Maillard...), pero también un diálogo sentido con otras figuras importantes para el autor, presencias de su familia que, aunque no estén, siguen siendo partícipes de su vida. Y todo planteado sin dramatismos, con la serenidad de la plenitud, con un tono emocionado pero lleno de templanza.
Gregorio escribe desde un yo desplazado, porque no es sólo su pensamiento lo que nos deja a través de las páginas, también estará la voz de su padre (aquella figura que nunca vio Nueva York), a la cual accedemos mediante frases en paréntesis que van salpicando la lectura. En el poema “La última madrugada” podemos leer esta esclarecedora cita de “El padre” de Sharon Olds: “Al final de su vida, su vida/ empezó a despertar en mí”.
Versos de gran delicadeza quedarán resonando en nuestra mente como aleo de golondrinas en primavera: “¿Qué miras ahora, padre,/ con los ojos llagados de lejanía?”, “Y también es amor/ este perro sin dueño que olfatea tus huellas”, “Por fin los pájaros solitarios se reúnen/ para colgar un canto en el aire/ y alzar el vuelo”; o cuando se refiere al parto de su madre “¿Por qué grita? ¿Qué le pasa?/ ¿Quién le hace daño a mi madre?/ Nunca he visto sangrar a las amapolas”.
Detalles del mundo rural, de sus animales, del paso de las estaciones, del temperamento que va forjando el paisaje de sus habitantes, de la imagen del padre con “su mano grande y segura, su paso firme y decidido” inundando ese mundo que avanza a otro ritmo, de la presencia de la madre “que prepara el canasto de cien comidas” o de la abuela “que vuelve de encalar el cementerio”: estos son los ejes que trazan los caminos del poemario. El trabajoso mundo de la agricultura representa ese esfuerzo por alumbrar una verdad tierna, verde, alimenticia, una verdad que no es de un sólo ser humano sino de la colectividad. La madre y el padre simbolizan una herencia, una filosofía vital, y el escritor lucha con el lenguaje para extraer el mejor grano de su tierra.
El libro, que se compone de tres partes, “Noche en Nueva York”, “La niebla que somos” y “Mandarinas”, cierra con un hermoso poema-epílogo donde se declara con modestia “a veces soy oscuro y otras claro,/ a veces cuervo sabio/ otras charlatán ignorante/ y como urraca voy con la risa entre los naranjos”. Sí, con su voz fresca y de olor a azahar, con sus indagaciones lúcidas, con su vuelo sobre lo superficial, así queremos oír la inmersiva canción de este poeta, que nos siga mostrando esa ruta escondida a lo esencial, a esos tesoros abandonados que son los pueblos. Allí queremos ir, donde “el musgo de la historia, graba su níquel de carcoma y beso”, ¡para qué necesitamos Nueva York!